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“¿Pero es verdad, o es el fragmento de una película?”... “¡Es
cierto, es cierto! Si no lo podés creer, cambiá de canal... ¡Están
repitiendo imágenes en todas las cadenas de noticias!”...
¿Cuántas personas dijimos cosas semejantes la mañana del 11 de septiembre
de 2001? ¿Cuántos, ante el horror de las imágenes que el televisor
o las distintas páginas de Internet nos mostraban, seguíamos viendo
caer las Torres Gemelas de Nueva York sin terminar de creer que
las imágenes eran reales?... El mundo se conmovía al unísono pero
en forma extraña. No creyendo en aquello que lo hacía conmover.
Es interesante preguntarse cuál es la función del periodismo en
una situación semejante. Y, en este caso en particular, en el que
los hechos eran mostrados en tenebroso “vivo y directo”, la pregunta
más adecuada a formularse sería: “¿Qué rol cumple el periodismo
televisivo en situaciones de conflicto o acontecimientos terroristas?”
El fenómeno de la incredulidad instantánea ante la noticia televisada
en directo no puede sorprendernos, sin embargo. Sabemos que innumerables
veces el informativo o noticiero hace uso de imágenes de archivo
para ilustrar la actualidad (véase Guerra del Golfo, en 1991). Cualquier
telespectador, por otra parte, está (tristemente) acostumbrado a
que los espacios publicitarios o los avances promocionales de la
emisora, de manera planificada, no estén claramente diferenciados
del programa que él está observando, lo que muchas veces lleva a
confundir las imágenes de la ficción con la realidad. Pero el tema
no se agota aquí... La confusión que se produjo en casi la totalidad
de las personas que asistían por televisión al ataque terrorista
en Nueva York no es sólo provocada por las “desprolijidades” propias
del periodismo televisivo. El Cine tuvo mucho que ver en ello.
En palabras de Fernando Savater... “las imágenes terriblemente insólitas
del pasado martes (11 de septiembre de 2001) tenían paradójicamente
algo de déjà- vu.
Los antiguos creían que los sueños profetizan los acontecimientos
venideros; ahora esa función la cumplen las películas, esos sueños
compartidos por tanta gente (sobre todo si se trata de películas
americanas)”.
No es ninguna novedad decir que el cine estadounidense, durante
años, se especializó en mostrarnos “archivillanos con superpoderes”,
que tenían como misión políticamente diabólica destruir el corazón
económico y / o militar de los Estados Unidos de Norteamérica. Es
más, todavía hoy, en 2006, no es raro que nos encontremos mirando
un film que prolonga los años de la Guerra Fría, cuando el muro
de Berlín dejó de existir (porque los alemanes lo tiraron abajo)
en 1989.
Y así, gracias al Cine, la destrucción de Manhattan se constituyó
en fenómeno recurrente de la pantalla grande, al mismo tiempo que
nos convencíamos de que eso “no podía pasar”. Es el poder narcotizante
de la imagen... Pero hay que reconocer que esas imágenes que nos
parecían inverosímiles e improbables, propias de la fantasía del
celuloide, estaban más cerca de la posibilidad real de lo que estuvieron
las hipótesis de atentado que barajaba el gobierno de Washington.
¿Y el periodismo? ¿Qué intentó hacer el periodismo en los tiempos
de la cólera terrorista?
Del periodismo se espera que brinde información que se corresponda
con la verdad. Que explique cuáles son las causas de los acontecimientos.
Que elabore análisis que echen luz sobre lo que dichos acontecimientos
pueden, a su vez, desencadenar... En el mejor de los caso, se puede
esperar, lícitamente, que el periodismo ENSEÑE. Y volvemos a preguntar:
¿Qué hizo el periodismo la mañana del 11 de septiembre de 2001?
Se conmovió. Nos conmovió. Repetía (y repite, y seguirá repitiendo)
sin cesar en pantalla la caída de las Torres Gemelas. Nos contaba
cómo había quedado el Pentágono. Nos volvía a mostrar los aviones
de United Airlines y de American Airlines incrustándose en los edificios
más altos de la ciudad de Manhattan... Y ante la cólera, la desinformación.
Nadie sabía qué estaba pasando, aunque lo estuviéramos viendo en
directo. Paradojas, si las hay.
Entonces, la cólera provocó el miedo. Nada más atemorizante que
un enemigo difuso, no identificable. La gente necesitaba saber para
mitigar el temor. Entonces el periodismo comenzó a formular hipótesis,
aunque no tuviera, hasta el momento, ninguna base que las sustentara.
Inmediatamente se apuntó a Medio Oriente. Inmediatamente se brindó
el perfil del “sospechoso de siempre”. Inmediatamente se supo que
Estados Unidos estaba en guerra con alguien que era “muy malo”,
pero que no se sabía a ciencia cierta muy bien quién era, ni dónde
estaba, ni por qué había atacado.
Al no haber información oficial, el periodismo la “fabricó”. Comenzó
a fantasear cosas horrendas, que se parecían a las que el Cine nos
había predicho: guerra biológica, bacteriológica o biobacteriológica,
ataques termonucleares... “Puede llegar a suceder”... Ahora el periodismo
nos decía que todo lo malo podía pasar, como un augur pesimista
y asustado ante lo que sus oráculos le vaticinaban.
Hoy, la guerra del siglo XXI se está librando en Irak (¡otra vez!),
y antes fue en Afganistán. Pero lo que más veremos en pantalla serán
las imágenes fantásticamente ciertas de las Torres derrumbándose
y el espacio libre que ellas dejaron. La devastación del horror...
Manhattan de luto en lugar de Irak acribillada.
Hoy sería digno que el periodismo dejara de propalar la información
que baja de las cadenas de noticias internacionales. Sería beneficioso
que el periodismo, en vez de mostrarnos las catástrofes ocasionadas
por los atentados, que en lugar de horrorizarnos con las cancioncitas
cargadas de resentimiento y odio que los niños del Medio Oriente
aprenden en su educación inicial, se ocupara de realizar la actividad
que más ennoblece a un periodista: decir la verdad.
No estaría de más que se explicara cómo funcionan las células terroristas
en general, y las de origen islámico en particular. No sería desacertado
o fuera de lugar brindar mayor espacio en los medios televisivos
a los antecedentes de la política exterior mantenida por Estados
Unidos en relación con el conflicto árabe- israelí, y con el Medio
Oriente en general. No generaría confusión contextualizar los hechos,
apelando a la razón y a la comprensión de las diferencias culturales,
en lugar de suministrar datos que sólo sirven para satisfacer el
apetito emocional del espectador.
La proliferación de datos no implica el estar informado. Estar informado,
no significa saber. La sobreinformación desinforma. La desinformación
genera situaciones caóticas. El caos, provoca temor. El temor, conduce
a comportamientos irracionales... Los comportamientos irracionales
podrían evitarse cultivando la razón, el respeto, la educación y,
sobre todo, la comprensión por el otro. El periodismo, para ser
periodismo, debe informar, contextualizar, educar... Y para todo
ello debe primero comprender...
¿Qué pasó con el periodismo en los tiempos de la cólera terrorista?
El 11 de septiembre de 2001, la cólera terrorista ganó la batalla
frente al periodismo televisivo.
Prof. Lic. Flavia
Vecellio Reane.
Analista en Medios de Comunicación.
Consultora. Periodista.
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