La televisión representa
para los ciudadanos de las sociedades modernas lo que el tótem para
las tribus primitivas: objeto de veneración y reverencia, signo de
identificación individual y colectiva. Como tótem, la televisión concentra
las expectativas y temores de las tribus modernas. Da sentido a la
realidad. En torno a ella se celebran los modernos rituales individuales,
familiares y sociales. Los profesionales y los políticos, las estrellas
y los publicitarios son los hechiceros de las nuevas liturgias que
exorcizan demonios y prometen paraísos.
La televisión transforma los hábitos perceptivos de los espectadores
al crear la necesidad de una hiperestimulación sensorial. El movimiento
es, pues uno de los grandes alicientes de la televisión como recurso
para la captación de la atención y como elemento gratificador para
mantenerla. Y al hablar de movimiento hay que referirse tanto al movimiento
de los elementos dentro del encuadre como al movimiento de la cámara
o al proveniente del cambio constante de planos a través del montaje.
La práctica del zapping es una prueba más de la necesidad psicológica
de un ritmo trepidante en los programas televisivos, como consecuencia
de la modificación de los hábitos perceptivos de las nuevas generaciones.
Por si la estimulación sensorial que ofrece la televisión no fuera
suficiente, el espectador puede incrementarla mediante el cambio de
canal. "El zapping no se da prácticamente entre personas mayores de
65 años, lo que prueba que las nuevas tecnologías producen modificaciones
sensoriales en las nuevas generaciones. Este cambio se da fundamentalmente
en personas de entre 18 y 30 años; lo utilizan sensiblemente menos
las personas que están entre los 31 y los 44 años; y mucho menos los
mayores de 44 años". (Ferrés, 1994, pág. 27).
La televisión es una manifestación de lo que Abraham Moles denominó
la cultura mosaico. Mientras la cultura tradicional era limitada en
conocimientos, pero organizada, coherente, estructurada, la cultura
mosaico se caracteriza por el desorden, la dispersión, el caos aleatorio.
La televisión favorece, pues, un tipo de saber disperso, compartimentado,
descontextualizado, incoherente. No existen unas normas de referencia
válidas para todos. No hay un saber jerarquizado y estructurado en
el que insertar las informaciones nuevas. La única coherencia hay
que buscarla en el seno del propio medio, en su propia lógica interna.
"La imagen no da, por sí misma, casi ninguna inteligibilidad. La imagen
debe ser explicada; y la explicación que se da de ella en la televisión
es insuficiente (...) El acto de ver está atrofiando la capacidad
de entender. Aún admitiendo que el acto de ver empobrece el entendimiento,
este empobrecimiento está ampliamente compensado por la difusión del
mensaje televisivo y por su accesibilidad a la mayoría". (Sartori,
1998, pág. 51).
"La imagen debe estar repleta de contenidos. En gran parte, los contenidos
televisivos (de naturaleza informativa) son imágenes de acontecimientos,
pero son también "voces públicas" (...) Es verdad que la fuerza de
la imagen está en la propia imagen. Para hacernos una idea, basta
con comparar la información escrita del periódico con la información
visual de la televisión". (Sartori, 1998, pág. 84). Sartori en su
libro "Homo videns, La sociedad teledirigida" hace referencia a una
investigación experimental de Iyengar y Kinder quienes distinguieron
entre "El poder de los noticiarios televisivos para ´dirigir la atención
del público (agenda setting)´ y el poder de ´definir los criterios
que informan la capacidad de enjuiciar´ y para ambos casos concluyen
que las noticias televisivas influyen de un modo decisivo en las prioridades
atribuidas por las personas a los problemas nacionales y las consideraciones
según las cuales valoran a los dirigentes políticos". (Sartori, 1998,
pág.106).
"La Palabra produce siempre menos conmoción que la imagen". (Sartori,
1998, pág. 115). Así pues, la cultura de la imagen rompe el delicado
equilibrio entre pasión y racionalidad. La racionalidad del homo sapiens
está retrocediendo, y la política emotivizada, provocada por la imagen,
solivianta y agrava los problemas sin proporcionar absolutamente ninguna
solución. (Sartori, 1998, pág. 116).
"La televisión empobrece drásticamente la información y formación
del ciudadano. El mundo en imágenes que nos ofrece el video-ver desactiva
nuestra capacidad de abstracción y, con ella, nuestra capacidad de
comprender los problemas y afrontarlos racionalmente". (Sartori, 1998,
pág.127). La imagen fabricada produce una reacción hecha de emociones.
La gente ve por TV a los muertos y dice: "Terrible". Ve un desocupado
y dice: "¡Qué triste!". Ve una fiesta de Hollywood y dice: "¡Magnífico!".
La diferencia entre el desocupado y la desocupación es enorme. La
TV nos mostrará al pobre desocupado que tiene hambre, pero no nos
explica por qué está desocupado o cómo se resuelve el problema. Si
uno no tiene capacidad de abstracción, o sea de profundizar y desarrollar
el discurso sobre cosas que no se ven (la democracia, la constitución,
la justicia, etc.), aun las cosas que se ven no las puede comprender.
En todos los tiempos, se han fabricado las imágenes con vistas a ciertos
empleos, individuales o colectivos. En todas las sociedades, se han
producido la mayor parte de las imágenes con vistas a ciertos fines
(de propaganda, de información, religiosos, ideológicos en general).
Arnheim nos habla de las funciones de la imagen. Estas funciones son
las mismas que fueron también las de todas las producciones propiamente
humanas en el curso de la historia, que pretendían establecer una
relación con el mundo. Así enumera el modo simbólico: "las imágenes
sirvieron sin duda primero, como símbolos, símbolos religiosos más
exactamente, que se suponía, daban acceso a la esfera de lo sagrado
mediante la manifestación más o menos directa de una presencia divina.
Sin remontarnos hasta la prehistoria, las primeras esculturas griegas
arcaicas eran ídolos, producidos y venerados como manifestaciones
sensibles de la divinidad. Algunas de las imágenes representan en
ella divinidades (Zeus, Buda o Cristo), y otras tienen un valor puramente
simbólico (la cruz cristiana, la esvástica hindú)". (Aumont Jacques,
1992, pág. 98).
Los simbolismos no son solo religiosos, y la función simbólica de
las imágenes ha sobrevivido ampliamente a la laicización de las sociedades
occidentales, aunque sea solo para transmitir los nuevos valores (la
Democracia, el progreso, la Libertad, etc.)
El modo epistémico: la imagen aporta información sobre el mundo. Y
por último se refiere al modo estético, donde la imagen está destinada
a complacer a su espectador, a proporcionarle sensaciones específicas.
La imagen tiene como función primera el asegurar, reforzar, reafirmar
y precisar nuestra relación con el mundo visual: desempeña un papel
de descubrimiento de lo visual. E. H. Gombrich opone dos modos principales
de inversión psicológica en la imagen: el reconocimiento y la rememoración.
(Aumont, Jacques, 1992, pág. 82).
El reconocimiento, reconocer algo en una imagen es identificar, al
menos parcialmente, lo que se ve en ella con algo que se ve o podría
verse en la realidad. Es un proceso, un trabajo, que utiliza las propiedades
del sistema visual.
El instrumento de la rememoración por la imagen es lo que podría llamarse
el esquema: estructura relativamente sencilla, memorarizable como
tal más allá de sus diversas actualizaciones.
El papel del espectador es proyectivo: tenemos tendencia a identificar
cualquier cosa en una imagen, siempre que haya una forma que se parezca
mínimamente a esa cosa.
El papel del espectador según Gombrich es un papel extremadamente
activo: construcción visual del "reconocimiento", activación de los
esquemas de la "rememoración" y ensamblaje de uno y otra con vistas
a la construcción de una visión coherente del conjunto de la imagen.
Se comprende por qué es tan central en toda la teoría de Gombrich
este papel del espectador: es él quien hace la imagen.
En su relación con la imagen, el espectador cree, hasta cierto punto,
en la realidad del mundo imaginario representado en la imagen. En
las teorías de los años cincuenta y sesenta, ese fenómeno de credibilidad
fue visto con frecuencia como masivo, predominante y, a fin de cuentas,
engañoso.
Es desde el punto de vista de la implicación emotiva del espectador
como puede analizarse el placer o displacer que producen los filmes,
las series o, en general, cualquier programa televisivo. Para que
un programa guste al espectador debe halagar suficientemente sus fantasmas
conscientes e inconsciente, de manera que le permita saciar sus pulsiones;
y, al mismo tiempo, es preciso que esta saciedad se mantenga contenida
dentro de unos límites, es decir, que no rebase el punto movilizador
de sus angustias y rechazos. En definitiva, la televisión actúa como
espejo. Las preferencias de los espectadores provienen tanto de un
ejercicio de su inteligencia como de sus sentimientos. Cuando el espectador
elige a sus héroes o heroínas, está poniendo de manifiesto sus ideas,
intereses, pulsiones, esperanzas y problemas. Cuando valora un programa,
se está valorando a sí mismo. Se produce incluso la paradoja de que
el espectador acude a la pequeña pantalla para huir de sí mismo y
en realidad se encuentra, aunque sea de manera inconsciente. (Ferrés,
1994, págs. 59-60).
El telediario o noticiero remite a un cierto origen periodístico:
un discurso informativo que emerge para servir una información sistemática
sobre la actualidad del mundo. Sucede sin embargo que en algo fundamental
se diferencian los telediarios de sus antepasados de la prensa, en
la emergencia del sujeto de la enunciación.
Si el periódico reserva espacios muy codificados, incluso expresamente
señalizados, para los discursos articulados en términos de enunciación
subjetiva -los espacios de "editorial" y "opinión"-, es precisamente
porque en el resto del periódico la enunciación no subjetiva será
la norma reinante. Se trata de una doble norma -predominio de la enunciación
no subjetiva y expresa separación de los espacios de "información"
con respecto a los de "comentario"- sobre la que la prensa ha construido,
la ideología de la objetividad informativa con la que todavía hoy,
anacrónicamente, muchos periodistas e investigadores tratan de pensar
el funcionamiento de la información televisiva.
La forma dominante en el telediario americano es esencialmente regida
por la personalización del acto informativo; en ella el locutor arroga
explícitamente los poderes de interpretación, indagación o dramatización
explícita de los hechos (modelo este, con todo, al que se acercan
cada vez más abiertamente las televisiones europeas que están introduciendo
con celeridad la consigna de "personalizar" los telediarios).
Sin embargo, incluso en el modelo europeo, la vieja fórmula objetivista
se impuso realmente en el nivel verbal de los telediarios: sin duda
los textos eran redactados manteniendo la retórica objetivista de
la prensa tradicional, pero, aunque nadie parecía darse cuenta de
ello, el nivel visual de estos discursos se organizaba en cambio en
términos de enunciación subjetiva: la palabra adustamente redactada
a partir de los cánones objetivistas de la prensa era leída por alguien
ante la cámara. Así pues, el presentador, aún cuando se le prohibiera
interpretar los hechos que narraba, aún cuando se le impidiera encarnarse
como sujeto narrativo, se manifestaba de manera inequívoca como quien,
presente ante la cámara, interpelaba al espectador -mirándole a los
ojos- y le ofrecía la información.
En el telediario, el enunciador además de pasearse por los espacios
de los hechos habita de manera estable su propio espacio; un espacio
radicalmente diferente al de los hechos y, por ello mismo, impermeable
a la lógica de estos: un espacio constante que, por ser el espacio
del enunciador, supone la escenificación directa del contexto comunicativo.
En el modelo europeo tradicional, la presencia del locutor no apuntaba
a personalizar el discurso, lo que, hubiera entrado en contradicción
con la retórica objetivista.
Salvo excepciones, las noticias que el telediario ofrece son ya pasado,
aún cuando pasado inmediato -un día, horas, minutos...-; someterse
a sus imágenes, a su espacio, es por ello, someterse al registro del
pasado. Sin embargo, la apuesta del telediario es precisamente nombrar
el presente, afirmarse en él. Por eso es fundamental la adopción de
una enunciación subjetiva que permita la presencia predominante en
el discurso del presente de la enunciación. Si el presente absoluto
del hecho es imposible no importa el discurso se organizará sobre
el presente, esta vez sí absoluto, de la enunciación del hecho: el
presente del acto comunicativo mismo.
Así pues, el locutor está ahí de manera insistente, en el telediario
para no personalizarlo, sino para permitir la puesta en escena del
contexto comunicativo como expansión del presente de la enunciación.
Por ello es él quien acredita de alguno de los segmentos del telediario:
desde su posición, que es la del presente bien atestiguado, puede
anunciar -reconocer y, en cierto sentido, otorgar- el carácter de
presente al segmento que sigue.
Los telediarios se ponen en evidencia como espacios de manipulación,
de articulación discursiva: la imagen es puesta en evidencia como
imagen a través de los múltiples procedimientos que las nuevas tecnologías
visuales posibilitan. El moderno discurso informativo habla muy claro:
la imagen informativa, afirma explícitamente, no es lo real, sino
una imagen manipulable, manipulada, que se ofrece al espectador -que
se acerca a él desde un lejano emisor-.
"La imagen de los conductores o de los corresponsales que presentan
las declaraciones son muy profesionales y, en general, responde a
una imagen de corrección por su neutralidad en el tono, dicción comprensible
y sin prisas, convincente para el espectador". (Vilches, 1995, pág.
344).
En la televisión, quien habla mirando a la cámara se representa a
sí mismo (el locutor televisivo, el cómico que recita un monólogo,
el presentador de la transmisión de variedades o de un concurso),
mientras que quien lo hace sin mirar a la cámara representa a otro
(el actor que interpreta un personaje ficticio). Quienes no miran
a la cámara hacen algo que se considera (o se finge considerar) que
harían también si la televisión no estuviese allí, mientras que quien
habla mirando a la cámara subraya el hecho de que allí está la televisión
y de que su discurso se produce justamente porque allí está la televisión.
En este sentido no miran a la cámara los protagonistas reales de un
hecho de crónica tomado por las cámaras mientras el hecho sucede;
no miran a la cámara los participantes de un debate, porque la televisión
los "representa" empeñados en una discusión que podría suceder también
en otro lugar; no mira a la cámara el actor, porque quiere crear precisamente
la ilusión de realidad, como si lo que hace formase parte de la vida
real extratelevisiva. En este sentido, se atenúan las diferencias
entre información y espectáculo. La televisión quiere desaparecer
en tanto que sujeto del acto de enunciación, pero sin engañar con
esto al público, que sabe que la televisión está presente y es consciente
de que eso que ve (real o ficticio) ocurre a mucha distancia y es
visible precisamente en virtud del canal televisivo.
Por el contrario, el caso de quien mira a la cámara es diferente.
Al colocarse de cara al espectador, éste advierte que le está hablando
precisamente a él a través del medio televisivo, e implícitamente
se da cuenta de que hay algo "verdadero" en la relación que se está
estableciendo, con independencia del hecho de que se le esté proporcionando
información o se le cuente sólo una historia ficticia. Se está diciendo
al espectador: "No soy un personaje de fantasía, estoy de veras aquí
y de veras os estoy hablando".
Se dice continuamente que "una imagen vale por mil palabras". Desde
luego, las imágenes fotográfica, fílmica y electrónica (FFE) son un
dato esencial de nuestro paisaje, de nuestro universo visual: en las
vallas publicitarias, en los periódicos, en las revistas, en el cine
y en la televisión muestran cómo ha triunfado rotundamente esa revolución
en la historia de la representación que tuviera lugar con la emergencia
de la fotografía.
En el campo de la información televisiva todo el mundo se queja de
un cierto exceso de palabras y pide un mayor protagonismo de las imágenes,
más "información visual". Sin embargo, suele estar ausente la necesaria
reflexión sobre el concepto mismo de información visual.
La palabra es esencialmente abstracta, genérica: nombra siempre, en
primer lugar, una categoría de objetos de fenómenos o de cualidades.
La imagen FFE es, en cambio, fundamentalmente individualizadora: lo
que muestra tiende siempre a ser leído en términos radicalmente singularizados.
La fotografía de un hombre nos devuelve, antes que nada, su singularidad
y, hasta cierto punto, su irreductibilidad a la especie -a la categoría-,
aún cuando, a la vez, en cuanto una categoría icónico-perceptiva puede
recubrirla, la especie podrá ser, también, reconocida.
Toda imagen FFE tiene un tremendo ruido semántico potencial. Es necesario
que un aparato semiótico más preciso -la palabra, o los signos icónicos:
gráficos, mapas, símbolos, esquemas, etc.- ancle el nivel semántico
en el que debe ser leída.
De una manera un poco apresurada podría deducirse de esto que la imagen
FFE es, a priori, más rica en información que la palabra, rica en
exceso, hasta dificultar por ello mismo su decodificación. Sin embargo,
esa manera de expresarse, aunque clarificadora resulta conceptualmente
imprecisa. La imagen FFE no es más rica en información presente, sino
en información potencial. Y es más rica en información potencial precisamente
porque no está informada, porque su textura, a diferencia de la de
la palabra, no responde a las exigencias de un código sino a las de
lo real y por ello puede ser objeto de información por bien diferentes
códigos. La imagen FFE posee mayor riqueza informativa potencial que
la palabra -y, más en general, que cualquier signo- pero, a la vez,
carece de poder -de potencia- informativa; esa riqueza potencial,
esa posibilidad de ser abordada por un gran número de códigos, es
después de todo, un rasgo de la imagen FFE comparte con cualquier
fenómeno empírico en sí informe, pendiente de formalización.
Es necesario que la palabra irrumpa para que el conjunto de imágenes
se carguen de significado narrativo.
Las imágenes FFE constituyen con respecto al plano verbal-icónico
del discurso, un soporte descriptivo que actuará tanto a modo ilustrativo
y verificativo (la información verbal sustentada por las imágenes).
(González Requena Jesús, 1989, pág. 67).
La "radio y TV son, básicamente, medios para la diversión y el entretenimiento,
más que para la estricta labor informativa". (Martínez Albertos, José
Luis, 1983, pág. 419). "A causa de su especial llamada a la vista
y al oído, la TV y la Radio son sobre todo medios para el entretenimiento.
Existen las emisoras llamadas todo noticias, pero considerando el
fenómeno globalmente, la porción más importante de la programación
está destinada a espacios de diversión, no a la información". Merrill
y Lowenstein resumen así su punto de vista acerca de los diferentes
cometidos de los medios electrónicos "En el caso de los periódicos,
el entretenimiento es un elemento invitado en un medio que es esencialmente
un instrumento para las noticias. En el caso de los medios electrónicos,
las noticias son un elemento invitado en unos canales que son esencialmente
medios para la diversión. Este dato real tiene implicaciones no sólo
en el estilo y contenido de los programas de noticias, sino también
en la actitud que adoptan los públicos al acercarse a estos programas".
(Martínez Albertos, José Luis, 1983, pág. 418) La concepción de los
medios electrónicos como medios para la diversión y el entretenimiento
más que para la estricta labor informativa es compartida por muchos
especialistas en estas materias, que además incluyen al cine dentro
del grupo de mass-media cuya finalidad primera es la de proporcionar
un pasatiempo. Muy pocos ven en ella un vehículo cultural de aprovechamiento
útil. En este sentido se destacan varias causas: 1) La identificación
de Cine, Radio y televisión con pasatiempo en consecuencia el grado
de exigencia no es, en general, alto. 2) La modernidad de estos vehículos
y sus contenidos habituales no les han conferido el prestigio social
que otros medios de comunicación tienen ya consolidado por tradición
y herencia. 3) Su consumo en tiempo de ocio, unido -en el caso de
la Radio y la Televisión- a la facilidad de aquel por la presencia
del receptor en el hogar, producen un efecto de distensión, comodidad
y rutina que alientan posturas de pasividad, actitudes poco críticas
y un cierto conformismo complaciente en grandes sectores de audiencia.
La agenda setting, hipótesis según la cual los medios de comunicación
pueden indicar a sus destinatarios en torno a qué temas deben pensar,
qué contenidos deben incluir o excluir de su conocimiento, a qué acontecimientos
dar o no importancia, qué cosas valorar de las personas y problemas,
etc. Es decir que los medios, al describir y precisar la realidad
externa, presentan al público una lista de todo aquello en torno a
lo cual debe tener una opinión y discutir.
Los criterios de importancia de las noticias constituyen el concepto
de tematización. En este sentido Mauro Wolf señala que "...tematizar
un problema significa, colocarlo en el orden del día de la atención
del público, concederle la importancia adecuada, subrayar su centralidad
y su significatividad respecto al curso normal de la información no
tematizada". (Wolf, Mauro, 1985, pág. 185).
La tematización es una forma de selección que permitirá una cierta
atención del interés del público sobre algunos temas. Mientras la
información de la prensa escrita tiende a premiar la memoria de los
acontecimientos, profundizándola y, en algunos casos, editorializándola;
la televisión, en cambio, se reduce a ser una esclava de la actualidad,
quedando prisionera de los acontecimientos.
Los argumentos propiamente informativos en televisión son menos importantes
que el tipo y cantidad de material filmado, la presencia de un corresponsal,
la presencia o no de entrevistados. El tópico de que "una imagen vale
más que mil palabras" se utiliza a veces para imponer una forma de
selección, el texto verbal de la noticia es tan importante como la
imagen, pero esto se reduce sólo a su valor de ilustración. Lorenzo
Vilches reconoce que muchas veces los periodistas televisivos intentan
crear una historia informativa que justifique la presencia de unas
imágenes muy ricas e impactantes. La información en televisión se
transforma, en este caso, en un videoclip donde la importancia de
los elementos en juego entran en la jerarquía decreciente de música,
imagen y argumento verbal. (Vilches, Lorenzo, 1989, pág. 210).
Cada medio tiene su propio modo de producir efectos en sus destinatarios.
En la información política, la prensa parece tener un mayor poder
de influencia sobre las opiniones de la gente, por encima de la televisión,
dado que la primera tiene una mayor continuidad y es menos fragmentada
que la segunda. Mientras que la televisión aparece más superficial,
relativizando el contenido de la información en función de las formas
espectaculares, rápidas y discontinuas, la prensa, en cambio, produciría
una información de significado fuerte, indicando a sus lectores criterios
entre lo que es importante y lo que no lo es. Si bien la información
en televisión sería incapaz de aportar datos cognitivos para una "racional
elección política", lo que parece innegable es que la misma televisión,
con su "información" fragmentaria, proporciona globalmente una representación
de la política. La televisión, si bien es incapaz de producir un nivel
aceptable de conocimientos en sus destinatarios y por tanto de focalizar
temas y argumentos concretos, produce, sin embargo, una imagen del
discurso político general que no se origina a partir de conceptos
sino en unos niveles simbólicos más generales. Que los medios tienen
una especificidad propia de influencia y que, en el caso de la televisión,
si bien es cierto que no cumple con todos los requisitos exigidos
a una agenda setting, es lícito afirmar que se pueden obtener también
estos efectos a condición de tener en cuenta otros aspectos. Uno de
ellos es seguramente el factor temporal que le permite, por ejemplo
interrumpir una programación habitual para dar información haciendo
crecer el poder espectacular del mensaje, o bien, a través de los
enlaces vía satélite, apostar con una cierta ventaja sobre la inmediatez
de la información que la prensa no tiene, así como depositar gran
parte de su credibilidad en el uso de la imagen de la cual carece
la radio.
"En la televisión hay un predominio considerable del sonido sobre
la imagen" (Vilches Lorenzo, 1995, pág. 209). El sonido y la voz son
más importantes, cuantitativamente (y cualitativamente), que la imagen.
"En las narraciones televisivas, la voz del narrador está por encima
de todo. La imagen apoya, ilustra, jamás ocupa su lugar". La voz en
los informativos es ubicua. Está dentro y fuera de la imagen, entra
y sale de ella. Con ello, la voz adquiere el status de un actante
individual, independiente del cuerpo que la emite o la transforma.
"El importante papel simbólico que adquiere la televisión en las sociedades
actuales determina la estrategia de la información televisiva. Por
eso, la declaración de un político o de un líder de opinión adquiere
un valor enorme si aparece en televisión". (Vilches Lorenzo, 1995,
pág. 320).
"Todo gobierno necesita de la televisión para dar credibilidad a su
gestión, pero es la imagen del Estado la que viene representada en
el mensaje televisivo (...) La característica principal de la televisión
como vehículo de mensajes es la de ser equilibrio entre las clases
sociales a través de la correlación información y diversión, entre
realidad e imaginario. A través de una estricta división del trabajo,
la televisión procede a fraccionar y dividir a la sociedad en noticias,
publicidad, juegos de azar, música, mundo infantil, deportivo, etc".
"El telediario sabe que la declaración de un político no dejará indiferente
a ningún actor implicado, el declarante sabe que habla frente a las
cámaras en cuanto líder de opinión, el espectador sabe que lo que
se dice es importante, porque lo emite el telediario y porque lo dice
quien es". (Vilches Lorenzo, 1995, pág. 329).
La declaración política es la materialización de una imagen virtual
de los diversos protagonistas de la información:
- el declarante tiene una imagen de sí mismo y del interlocutor a
quien se dirige (no necesariamente el espectador desconocido, sino
una persona o un partido preciso);
- el espectador tiene una imagen del declarante (reconoce su liderazgo,
aunque no sea más que por el hecho de "salir" en televisión) y tiene
una imagen de sí mismo (su opinión coincidente o no con lo declarado,
o bien su falta de opinión);
- el telediario tiene una imagen de quien declara, una imagen del
espectador, una imagen de sí mismo como telediario, y la imagen que
quisiera crear en los telespectadores.
La declaración política es una operación de imagen y obedece a criterios
técnicos e ideológicos que producen finalmente una estética de la
declaración.
La televisión se aleja de la realidad en cuanto al contenido que transmite.
La siguiente pregunta es si, a través de ciertos mecanismos técnicos,
puede distorsionar lo que muestra. Si esa posibilidad de modificar
sucesos -ya sea para algún fin especial o sin intenciones determinadas-
a través de las formas de presentación existe. Jon Baggaley compara
la televisión con la superficie de un cristal. Su atractivo principal
radica en la posibilidad que tiene de revelarnos un panorama que está
más allá de nuestro horizonte inmediato, de reflejar un mundo de posibilidades
que de otra forma no conoceríamos. Pero, igual que cualquier cristal
intermedio, la televisión puede transformar y distorsionar el material
que ofrece por la forma en que lo presenta. El mecanismo de presentación
es una influencia importante en la recepción del mensaje. Todo mensaje,
para que pueda ser enunciado eficazmente por la televisión, debe ser
volcado en términos que susciten interés. Muchas de las técnicas utilizadas
para tal fin no son solo verbales. Si se deja de lado esta presentación
visual y se elimina el rico código no verbal de cortes, esfumados
y sobreimpresiones, disminuye el interés y la atención de los receptores.
Hay que considerar que en el medio televisivo la imagen tiene un amplio
predominio sobre la palabra. Así el contenido lógico de la transmisión
puede tener, a menudo, mucha menor importancia que las imágenes que
son sus intermediarias. Los experimentos ofrecen un apoyo a la tesis
de que las simples imágenes visuales de una producción de televisión
pueden dominar a su contenido verbal, condicionando de varias maneras
las reacciones del público ante él. "La televisión ha sido considerada
como un medio eficaz de reflejar el mundo en diversos niveles de exactitud.
El papel de la presentación en la comunicación de un mensaje, sin
embargo, afecta invariablemente su impacto...". (Baggaley, Jon P.
Y Duck, Steve, 1979, pág. 32).
Sabemos que la televisión está dominada por el criterio de interés
visual. Con independencia de la función o tema del programa, hay un
esfuerzo constante por producir una imagen que sea atractiva. Esto
puede lograrse con el uso de varias cámaras, del zoom, de efectos
especiales tales como cortinillas, fundidos, de la combinación de
imágenes surgidas de varias cámaras simultáneamente, etc. Hay que
tener en cuenta que muchas veces esas técnicas, utilizadas con el
solo propósito de despertar y mantener la atención de los televidentes
hacia el contenido del programa, pueden producir otros efectos laterales
como la modificación de ese contenido. Así, la forma de presentar
el material adquiere tanta importancia como el mensaje transmitido
por efectos especiales, zoom, etc.
Las técnicas de presentación pueden ser utilizadas no sólo para realzar
el valor visual de una producción sino también para acentuar la credibilidad
del producto. Esas técnicas pueden ser usadas como medios para inducir
al individuo a depositar su fe en el contenido transmitido. Pero,
la mayoría de las veces, las formas de presentación consiguen una
gama de influencias involuntarias sobre el espectador.
Las noticias contribuyen a forjar nuestra idea de la realidad. Reflejan
lo ocurrido y muchas veces se las toma como fuente general de información.
El televidente confía en ellas y las considera como guía que le permite
ordenar y comprender su ambiente. Por este motivo resulta importante
examinar cómo funcionan las técnicas de presentación en las noticias.
Las noticias no sólo persuaden determinando lo que hay que cubrir
sino también, y fundamentalmente, estableciendo una determinada forma
de presentación. La televisión usa técnicas para influir sobre nuestras
interpretaciones de los hechos, para que apoyemos ciertas perspectivas
y rechacemos otras. Un conveniente uso de la pantalla, un determinado
empleo de la cámara, la utilización de ciertos efectos especiales
y el trabajo de edición son pilares fundamentales sobre los que puede
apoyarse la manipulación.
La pantalla de la televisión es muy pequeña por lo cual es reducido
al mismo tamaño. Así se altera nuestra percepción del espacio y de
la perspectiva.
La reducción en el alcance lleva a que se reduzca también las acciones
del acontecer humano. Los horrores de la guerra no son tan terribles
vistos por televisión. Nada resulta demasiado malo, grave o burdo
si lo miramos en la pequeña pantalla.
El lenguaje de la televisión es el lenguaje de los planos. Su manejo
regula la distancia y el contacto. Un primer plano hace sentir una
mayor cercanía con lo que sucede que un plano medio. La distancia
se relaciona con la intimidad. A través de un primer plano, la televisión
simula el establecimiento de relaciones entre el público y el periodista.
Ellos hablan directamente con nosotros por lo que pueden hacernos
sentir parte del problema.
La medida de la pantalla y el uso de los planos cortos se conjugan
para fingir un contacto personal y aparentar una intimidad con el
público. Aprovechando esta circunstancia, los noticieros usan y abusan
de la apelación personal. El locutor mira fijo a la cámara, al espectador,
y le dice: "Usted estuvo allí", "Usted nos cree", "Usted sabe que
es verdad".
Los movimientos de cámara y los ángulos desde los que se toma el suceso
son otra forma de persuadir. Un movimiento suave se relaciona con
una situación calma, sin complicaciones. Las imágenes movidas son
consideradas dramáticas, lo mismo que la presentación rápida y sucesiva
de distintos planos cortos. La ubicación de la cámara también resulta
un elemento fundamental. En una entrevista, por ejemplo, si ella toma
de frente a entrevistado y entrevistador, sugiere igualdad entre ambos.
Si la cámara toma desde abajo a la persona que está siendo entrevistada
sugiere que ella es poderosa. En cambio, si la toma desde arriba,
la hace más pequeña. Los planos también son importantes. El plano
medio es generalmente usado para enfocar a los periodistas porque
se considera imparcial y se lo relaciona con la objetividad. En cambio,
en caso de desastres se utilizan los planos detalles y los primeros
planos de las víctimas porque ello logra despertar una reacción emocional.
La gran distancia despersonaliza.
La televisión a través del uso deliberado de técnicas de presentación,
puede modificar ciertos acontecimientos, llamar la atención sobre
otros y hasta crear historias donde no las hay. Ello hace que la educación
para el medio parezca imprescindible, aunque hasta el momento se ha
descuidado tal formación.
Cuando se sabe que un suceso real puede organizarse en la imagen al
servicio de una idea o interés, con el empleo de técnicas audiovisuales,
no cabe otra posibilidad que enseñar al espectador que el manejo de
las cámaras, la selección, la utilización de tiempos, conforma y deforma
los hechos.
Teniendo en cuenta lo enunciado, Baggaley señala cuatro puntos que
ha de considerar esta formación para el medio televisivo:
1. Los espectadores deben ser conscientes de que tales técnicas existen
y producen efectos.
2. Se pueden trazar paralelos sobre sus usos involuntarios e inocuos
en cierto tipo de programas y sus usos intencionales en la televisión
persuasiva. Hay que colocar las técnicas en su debido contexto.
3. Se debe destacar la perspectiva general impulsada por el medio
a través de las técnicas de ver televisión. Puede ser apropiado considerar
las interferencias en la visión del mundo que produce la televisión.
4. Se puede considerar cómo las técnicas pueden ser empleadas beneficiosamente
en el ámbito de la televisión educativa.
En resumen, el poder persuasivo que tienen las técnicas visuales justifica
todo intento de educación para la lectura crítica del medio.
En el periodismo televisado, la imagen es el soporte básico y esencial
del mensaje, este soporte lleva normalmente consigo un acompañamiento
de otros signos comunicativos -palabras, sonidos- que refuerzan su
poder para transmitir un contenido.
La carga emocional, como dato constante en los mensajes informativos
de televisión, puede ser entendida a su vez como el resultado de tres
elementos que se dan de modo especialmente destacado en el proceso
comunicativo canalizado a través de la TV. Estos factores pueden ser
enunciados así: a) importancia de lo visual; b) culto a la personalidad,
c) la información periodística es entendida como un espectáculo.
La visualización de la noticia, a través de TV, significa la aportación
al periodismo, de unas dimensiones nuevas y unos nuevos problemas
que resultan prácticamente desconocidos para el periodista especializado
en Prensa escrita o en Radio.
"La TV visualiza la noticia, la hace materia visible, la aparta menos
de la realidad, desde el punto de vista de la mecánica perceptible,
ya que la realidad es aprehendida preferiblemente a través de la vista.
El proceso específico de la TV es, pues, que unos hechos que ocurren
en la realidad se pueden convertir en imágenes susceptibles de ser
transmitidas". (Martínez Albertos, José Luis, 1983, pág. 478). Tal
como señala Maury Green, el periodista de TV "debe comprender que
gran parte de la información comunicada por la imagen móvil es comunicada
indirectamente, despertando emociones, y no por el método periodístico
convencional de mostrar los hechos en una apelación a la razón". El
periodista que elige para su trabajo el camino de la visualización
de la noticia debe reconocer los peligros implícitos de su impacto
emocional. En este sentido hay que tener en cuenta que "la imagen
raras veces refiere toda la historia, debe ser completada con palabras".
(Green, Maury, 1973, pág. 123).
El culto a la personalidad es igualmente otro factor que contribuye
a aumentar la carga emotiva en los mensajes periodísticos de TV. "Las
noticias en televisión no son anónimas, no se distribuyen sin nombre
y sin rostro como las noticias impresas. Cada noticia no lleva firma
del autor, sino al hombre mismo. Las noticias en televisión son relatadas
por hombres y mujeres que tienen voces y rostros e ideas que no pueden
o no quieren alterar. Esos rostros se ven en la pantalla, esas voces
se escuchan, y esas ideas determinan en alguna medida la expresión
facial y vocal (...). En otras palabras, dados los medios técnicos
de la emisión, el talento es el único elemento indispensable para
las noticias televisadas. Sin él, no puede haber espectáculo. El carácter
indispensable del talento ejerce una atracción constante sobre los
noticiarios de televisión empujándolos hacia el sistema de estrellas,
tan prevaleciente en el mundo del entretenimiento. El sistema de estrellas
se remonta a los primeros días del medio. A diferencia de los viejos
noticiarios cinematográficos, que sólo presentaban las noticias que
habían podido ser filmadas con comentarios de un narrador invisible,
la televisión intentó desde sus comienzos cubrir todas las noticias
importantes, se dispusiera o no de una película sobre cada acontecimiento.
Para las noticias sobre las que se carecía de imágenes, era necesario
presentar al periodista ante las cámaras a fin de que hablara directamente
a la audiencia. El simple hecho de esta presentación visual tiende
a convertir al periodista en una estrella o al menos en una celebridad".
(Martínez Albertos, José Luis, 1983, pág. 480).
Este factor -el culto a la personalidad del periodista de TV- trabaja
en el sentido de la desmesurada importancia de lo visual- para dotar
a los contenidos periodísticos televisados de unas dosis de emotividad
que pueden resultar peligrosas para un correcto ejercicio de la actividad
periodística. La carga emocional conduce a una infravaloración de
lo objetivamente significativo, puesto que condiciona de modo excesivo
la respuesta de los públicos, desde el momento en que estas respuestas
no surgen con toda la racionalidad necesaria para que sean verdaderamente
libres. Desde esta perspectiva, Maury Green recoge en su trabajo las
alternativas ya ensayadas en EE.UU. para superar el anacronismo de
las superestrellas periodísticas: la estructura de revista, la vuelta
a la idea del noticiario cinematográfico, la sustitución del presentador
superestrella por un equipo de reporteros especialistas, etc. "Por
ahora -concluye M. Green- el culto a la personalidad subsiste sin
duda como uno de los principales valores de la televisión informativa".
((Green, Maury, 1973, pág. 63). El sistema de estrellas aplicado a
la difusión de noticias por TV nos pone de manifiesto otro de los
factores que antes indicábamos como posibles responsables de la carga
emocional que tiene la noticia en este medio: la emisión de los programas
informativos está en función de un determinado concepto del espectáculo,
la noticia se presenta como un espectáculo. "Lo que se distribuye
por televisión es tanto espectáculo como información -subraya Maury
Green- con su énfasis en lo visual. La televisión trata de mostrar
los hechos tal como sucedieron. En un sentido mucho más útil, la emisión
de noticias es un espectáculo porque debe ser organizada de acuerdo
con los mismos principios psicológicos que determinan la estructura
de una obra teatral, una comedia cinematográfica, o, tal vez con más
precisión, en un espectáculo de variedades. Este es exactamente el
propósito del noticiario de Televisión, no en cuanto al contenido
sino al estilo. Debe ser una calculada fusión de noticias y personalidad,
presentada en forma tal que atraiga la atención e interés de la audiencia.
José Luis Martínez Albertos en resumen expresa que "la combinación
de los tres componentes reseñados -preponderancia de lo visual, culto
a la personalidad y estructura de funcionamiento análoga a la del
espectáculo- producen como resultado el que la noticia televisada
no está sujeta a la lógica del lenguaje racional (la lengua hablada
o escrita) sino a la lógica de un lenguaje emocional". (Martínez Albertos,
José Luis, 1983, pág. 479). El periodista de televisión tiene la obligación
de pensar que toda la emisión no es una colección de noticias, sino
un espectáculo cuya finalidad primaria es la de transmitir las noticias.
La duración de las emisiones informativas restringe severamente la
cantidad de noticias que pueden incorporarse al típico noticiario
diario de televisión. El tiempo es para la televisión lo que el espacio
es para los diarios, y la televisión dispone de un tiempo mucho más
reducido que el espacio con que cuentan los diarios. El espacio de
un diario es ampliable, pero el tiempo de la televisión no lo es.
El diario puede ampliarse mediante la simple adición de papel, pero
los horarios de los programas de televisión sólo permiten agregar
más tiempo al noticiario en circunstancias excepcionales. Esta limitación
de tiempo obliga a los productores de los noticiarios a ser muy selectivos
en las noticias. Las noticias en televisión son noticias de "primera
página". Las noticias televisadas son presentadas en una forma extremadamente
breve en comparación con la de los diarios. La redacción es concisa,
y va directamente al corazón del asunto.
La hora de emisión restringe la audiencia potencial a aquellas personas
que pueden mirar el programa. La audiencia del mediodía, por ejemplo,
se compone principalmente de amas de casa y se puede suponer que su
interés por la información sobre modas es muy alto, mientras que su
interés por las informaciones deportivas es casi inexistente. La audiencia
de las primeras horas de la noche es la familia en general con su
amplia variedad de intereses.
Por otra parte, el diario tiene otra vez una ventaja: puede ser entregado
en cualquier parte. Pero un programa de televisión no puede ser recibido
más allá de su área de señal.
Cabe destacar que los elementos visuales son más importantes en la
televisión que en los demás medios informativos. En este sentido la
televisión es el único medio informativo que dispone de la imagen
móvil, y sus mejores valores informativos se basan en este hecho.
Aún más importante, es el sentimiento de participación en los grandes
acontecimientos humanos que el informativo especial de televisión
hace posible para el público y se trata de la posibilidad de generar
una reacción emocional que constituye la principal diferencia entre
las noticias en televisión y todas las demás noticias.
Acerca del culto a la personalidad en las noticias de televisión,
se entiende el predominio de la personalidad y las opiniones del locutor
o relator sobre el estilo y el contenido de las noticias. Es indeseable
la inyección de la personalidad o lo que es peor de opiniones en las
noticias. A todos nos gustaría creer que las noticias que recibimos
de la televisión son objetivas en cuanto al contenido y al estilo
de entrega. Nadie puede sostener en forma razonable que es preferible
recibir las noticias de locutores que inyectan sus opiniones en lo
que relatan o alteran el significado de esas noticias mediante la
inflexión de la voz o la expresión facial.
Además el sistema de estrellas es un sistema con el que los gerentes
del mundo de la televisión, orientados hacia el entretenimiento se
sienten cómodos. Las estrellas "se venden", sea en el entretenimiento
o en las noticias y muchos telespectadores prenden el televisor tanto
para ver y oír a sus locutores o relatores favoritos como para enterarse
de las noticias. Una vez que un periodista que tiene las cualidades
de una estrella ha trabajado durante algún tiempo en un determinado
noticiario o estación, su audiencia se convierte en parte en una audiencia
"por hábito" y esto aumenta su valor para la estación. La gerencia
supone, con frecuencia correctamente, que si pasa a una organización
informativa competidora llevará consigo un porcentaje considerable
de la audiencia, y esta suposición le proporciona un poderoso instrumento
de regateo no sólo con respecto a su sueldo sino también con respecto
al control del estilo y el contenido de los espectáculos en los que
aparece.
Muchas personas que trabajan en los noticieros o se ocupan de ellos
deploran el uso de la palabra "espectáculo" para describir las emisiones
de noticias en televisión. La expresión "mundo del espectáculo" encierra
algunas connotaciones propias de lo barato, lo chillón y lo falso,
y llamar espectáculo a una emisión de noticias podría disminuir su
importancia al relacionarla con ese mundo. Las emisiones de noticias
son espectáculos, y los intentos de cambiar el nombre no alterarán
la situación. Lo que se distribuye por televisión es tanto espectáculo
como información. Con su énfasis en lo visual la televisión trata
de mostrar los hechos tal como sucedieron.
Los factores propios de la televisión que afectan sus valores informativos
son las limitaciones de tiempo y la hora de emisión, el área de señal,
los elementos visuales y la personalidad. Los dos últimos, en particular,
introducen consideraciones de valor que difieren notablemente de las
referentes a otros medios.
El poder que tiene la imagen móvil para generar una reacción emocional
en la audiencia constituye la principal diferencia entre las noticias
en televisión y todas las demás noticias.
La inclinación de la televisión a beneficiarse recurriendo al "culto
a la personalidad" es natural y necesaria, pero impone la correspondiente
moderación a fin de evitar una distorsión de las noticias. "Una consecuencia
de la excesiva dependencia con respecto a la personalidad, ha sido
el fracaso en la obtención de noticias en nivel paralelo a la importancia
del medio de acuerdo con la magnitud de su audiencia. La psicología
de la audiencia exige que la emisión informativa sea estructurada
en la forma de un espectáculo de entretenimiento. Todos los demás
valores están subordinados al criterio de significación, que pueden
medirse aproximadamente por la cantidad de personas afectadas por
las noticias y la profundidad de ese efecto". (Green Maury, 1973,
pág. 62).
Algunas investigaciones de mercado y otras referidas específicamente
a las audiencias de los telenoticiosos nos dan un perfil aproximado
de la heterogeneidad del conglomerado de televidentes. Un estudio
realizado por el propio departamento de Investigaciones de Opinión
de ATC nos dice, por ejemplo que los programas de noticias del mediodía
reclutan la mayoría de su audiencia entre mujeres, población de bajo
nivel socioeconómico, amas de casa y jubilados que tienen el televisor
como única fuente de información. Los programas de la noche también
tienen una audiencia femenina masiva, pero sube el nivel educacional
y socioeconómico de los televidentes, destacándose el hecho de que
la población entre veinte y cuarenta años se interesa menos por el
noticioso televisivo, franja etaria que, en cambio predomina entre
los lectores de diarios.
El telenoticioso tiene gran influencia y alcance en la audiencia como
medio informativo. En la TV, la imagen funciona como autentificadora
del discurso lingüístico. La imagen es analógica, se presenta como
inocente, naturalizada, aparece como un mensaje sin código, donde
está oculta la fuerte codificación a la que este mensaje está sujeto
por la cámara que moldea y sesga el acontecimiento, la imagen emitida
es producto de la lectura de quien maneja la cámara, de la elección
de determinados actos y el olvido de otros. (El medio es la T.V. de
Oscar Landi. Buenos Aires, La marca, 1992).
TV como agente de consumo
La esencia televisiva es la publicidad. La TV debe venderse constantemente.
Para poder vender ideas, productos y valores, los programas necesitan
audiencia. Para aumentar el consumo el medio debe convertirse en objeto
de consumo. Tal es así que la TV incita al consumo y se vive como
consumo.
El verdadero cliente de la pantalla es el anunciante. La TV debe proporcionarle
al anunciante la mayor audiencia posible, es decir el rating.
En los informativos no se pretende sumergirse en la complejidad de
la realidad, sino aprovechar las anécdotas capaces de movilizar el
universo emocional del espectador. McLuhan dijo que las noticias verdaderas
son malas noticias y la publicidad son las buenas. En la televisión
se equilibra el efecto.
El espectáculo comienza con las noticias más duras: muertes, atentados
para el final las informaciones happy end son los deportes y las noticias
amables.
A fines de los ´70 se agotan las noticias sobre la guerra de Vietnam
y el escándalo Watergate en EE.UU. y se da una disminución en la audiencia.
Entonces se toman dos medidas, por un lado priorizar las noticias
de carácter sensacionalistas; y por otro la aplicación del Star system,
a través de una conductora atractiva.
De esa forma el telediario prioriza imágenes espectaculares, favorece
la anécdota y lo superfluo. La lógica del espectáculo es la trivialización
de la realidad y su descontextualización. La TV alienta el consumo
frívolo de imágenes, no tolera la complejidad.
Funciones televisivas
La televisión cumple funciones del espectáculo: Gratificación sensorial
por bombardeo de estímulos visuales y sonoros. El solo movimiento
puede crear emoción. Esto se incrementa por la aparición de personajes
seductores escenarios fascinantes, etc. Gratificación mental por la
fabulación y fantasía, necesarios para la salud mental. Por último
la gratificación psíquica proveniente de la liberación catártica que
provocan los procesos de identificación y proyección. El telespectador
elabora sus conflictos internos.
El fenómeno de los medios de masas audiovisuales como gran espectáculo
de la industria cultural se explica por el inconsciente colectivo.
La estrella es un hecho sociológico. La estrella que triunfa es la
encarnación de un instinto colectivo. A lo largo de la historia el
hombre ha admirado a personajes enriquecidos imaginativamente por
dones a los que aspira y de los que se ve privado, belleza, fama y
poder.
El espectáculo audiovisual cumple una función similar a la tragedia
griega. Se ofrece al espectador una imitación de una acción y mediante
la compasión y el terror se produce en él la purificación de sus emociones,
a través de la catarsis, evacuación de sentimientos hostiles, de emociones
perturbadoras como una descarga o transferencia de la propia culpa.
Según Unamuno "un espíritu es más libre cuando sueña porque se emancipa
de tres tiranos: el espacio, el tiempo y la lógica".
La credibilidad de la imagen televisiva, la sensación de objetividad
que produce, proviene en primer lugar de la credibilidad con la que
tradicionalmente ha estado investida la imagen en la cultura occidental.
El grado de credibilidad que se otorga a la imagen se incrementa en
función del tipo de discurso.
La televisión es una ventana abierta a la realidad. Las letras son
signos; las imágenes realidades. Aparentemente en la imagen televisiva
no hay mediación ni discurso, porque no hay signos sino realidades.
Los niños son especialmente vulnerables a los medios televisivos por
su incapacidad de distinguir entre imagen y realidad.
La objetividad en la información televisiva es un mito falaz. Toda
información es discurso, opinión. Por objetiva que parezca, implica
ideología y produce ideología. El mito de la ventana abierta a la
realidad oculta en todo momento los motivos de la selección. Se pretende
aparentar que no hubo selección y que no hay construcción del discurso.
La televisión niega la realidad cuando la reduce a estereotipos. Los
estereotipos falsean la realidad porque la simplifican o la deforman
sobre la base de condicionamientos culturales. En la vida real el
68 por ciento de los EE.UU. tienen unos cuantos kilos de más, en la
TV este porcentaje baja hasta un 10 por ciento. En el campo laboral
la televisión muestra una preferencia por las profesiones laborales
(abogados y periodistas) por los ejecutivos agresivos y por los policías
en cambio, los empleados de fábricas y los trabajadores del sector
de servicios aparecen menos.
La imagen demuestra ser una pantalla entre el espectador y el mundo,
un filtro para el enmascaramiento de la realidad, un obstáculo para
una comunicación transparente.
Efectos de la recepción de la imagen televisiva
La disminución de la intencionalidad, durante la recepción del mensaje
televisivo, el espectador condiciona su ambiente inmediato de manera
tal de lograr una concentración plena en su imagen y sonido. Las imágenes
que se suceden unas a otras a una velocidad electrónica tal que sobrepasa
la capacidad media de los espectadores para recibir y registrar conscientemente
la información. Se hallan expuestos a un bombardeo de significados
que deviene en un estado de sobrecarga sensorial. Una de las consecuencias
radica en que el espectador medio no puede acompañar conscientemente
ese proceso continuo de permanente reestructuración del material informativo,
razón por la cual abandona la actitud de comprensión hacia el mismo
y penetra en un estadio de pasividad mental, en la cual el discernimiento
se encuentra en situación de hibernación.
Durante las primeras etapas del proceso de sociabilización de la persona
la imitación de las imágenes constituye uno de los pilares en que
se basa el aprendizaje de las pautas socio-culturales y se instrumenta
a través de las imágenes que se van registrando acerca de las actitudes
y comportamientos de aquellos seres que representan los modelos primordiales
de referencia que se corporizan en las figuras paternas o maternas.
Esto continua en la etapa adulta el eje de las imágenes se traslada
desde las personas hacia las instituciones que brindan los elementos
necesarios para la adecuación a la vida social.
La exaltación de las emociones, en el contenido de los programas se
privilegian las emociones y sentimientos de fácil expresión, tales
como la agresividad que pueden transmitirse con tan sólo ciertos movimientos
corporales y en el cual la relación señal ruido es relativamente alta.
Los matices afectivos de la expresión humana son sacrificios por aquellas
expresiones fáciles de captar, comunicar y entender.
Dentro de las características del mensaje televisivo, encontramos
el criterio del interés visual con el objeto de atraer la atención
del espectador. Al mensaje icónico se investirá con valores de lo
atractivo y novedoso, a través de diferentes técnicas, empleo de varias
cámaras para transmitir un programa con rotación de enfoques, empleo
de más de un locutor para reforzar el interés se utilizan fotografías,
mapas, material filmado; la aparición de un mismo plano surgidas de
varias cámaras; la utilización de determinados colores o numerosos
musicales para levantar un programa. En los programas de debate importa
la vestimenta de protagonistas y colores, los gestos y movimientos
corporales. En cuanto a la presentación del contenido, la forma de
presentación ejerce una influencia importante en la recepción del
mensaje televisivo ya que puede distorsionar o transformar el contenido
del material ofrecido. En la presentación de las noticias, las inflexiones
de voz y los gestos del locutor inducen al receptor a otorgar determinada
connotación a la información. Asimismo la valoración que el receptor
haga de un artista o personaje depende de su actuación y de cómo lo
presente el locutor. La influencia que ejerce la imagen precedente
condiciona la interpretación del contenido de la imagen subsiguiente.
El influjo que tienen las condiciones que ostenta poseer el personaje
y que brindan credibilidad a su mensaje. La experiencia que demuestra
un personaje de televisión (locutor o periodista) en su desenvolvimiento
frente a las cámaras favorece la aceptación de sus opiniones sobre
temas de los que no es especialista. Diferentes enfoques de cámara
de un rostro pueden inducir sobre la credibilidad o parcialidad del
discurso. Depende si es plano frontal o perfil. Por último el contexto
en el cual se presenta un personaje, por ejemplo un político en una
biblioteca se infiere que es culto y racional.
La realidad televisiva es cuando el medio televisivo transmite a su
audiencia el desenvolvimiento de la realidad a través del noticiero.
El resultado final de la aparición de la "realidad televisiva" es
que la primigenia realidad, de existencia real y materia prima se
transforma en espectáculo. En el periodismo televisivo el efecto de
espectáculo tiende a prevalecer sobre los contenidos de la información,
la forma, el estilo informativo es un ingrediente de la definición
del sentido de la noticia.
El auge de la telebasura
Es cierto que la televisión proporciona gran distracción y comodidad,
hay tantas opiniones como espectadores y tantos criterios como hombres
y mujeres en tevé.
Hay algunos que elogian la llamada magia de la televisión y otros
expresan su desprecio por la denominada caja boba. Lo cierto es que
la TV está en boca de todos y ha sido sentada en el banquillo de los
acusados y tiene abogados defensores y fiscales de un lado y del otro
de la pantalla.
Las telenovelas han perdido espacio en la pantalla chica para dar
lugar a los talk shows que aparentemente se llevarían todo el rating.
El programa de Mauro Viale -"Mediodías con Mauro"- se lleva todo los
aplausos, siendo éste el más criticado por los expertos mediáticos.
Otro es "Forum", que en su afán de ser un mediador que trata de hallar
soluciones a situaciones conflictivas, es una mezcla de programa televisivo
y ámbito jurídico, con objetivos múltiples. Por un lado tiene que
tener rating alto para poder "sobrevivir" en la pantalla, por otro
hace justicia y por otro pareciera tener una intención educativa.
Además se puede citar a Bernardo Neustadt, quién realizó una declaración
de principios sobre el tratamiento de su programa; fue cuando prometió
no entrevistar a Samantha Farjat ni a Natalia DeNegri; no invitar
a Diego Armando Maradona para preguntarle si volverá, o no, a jugar
al fútbol, no reportear a personas encapuchadas o semiocultas.
Por su parte, Jorge Lanata en el momento de dedicar uno de los premios
Martín Fierro que obtuvo, reflexionó a "los que creemos que se puede
hacer televisión sin Samantha". Recordemos que con Mauro Viale tuvo
un altercado por la campaña institucional de América, que lo promocionaba
con el slogan "Unidos por la misma pasión".
Sin embargo, Mauro Viale refuta los cuestionamientos que recibe por
su modo de hacer televisión y evita las falsas promesas: su ciclo
-insistió- seguirá siendo lo que es, y plantea una opción de hierro
para los invitados o el público: Tómelo o déjelo. Hoy podemos ver
sus programas en canal 26 de cable.
Theodor Adorno en la "Televisión y cultura de Masa" destaca que "lo
que cuenta en los medios para las masas no es lo que sucede en la
vida real sino, en cambio los ´mensajes´ positivos y negativos, las
prescripciones y los tabúes que el espectador absorbe por medio de
la identificación con el material que está contemplando". (T. Adorno,
1966, pág. 38).
La televisión tiene una creciente influencia sobre los hogares; también
ha transformado la política, el comercio, la cultura y el ocio. Los
satélites artificiales desbordan las fronteras de los Estados clásicos
y difunden una oferta audiovisual variada y pluricultural. Los Estados/Naciones
dejan de ser las formas determinantes de la vida social, aunque conserven
una influencia. La medicina y la biotecnología plantean desafíos éticos-políticos
inusitados, sobre todo porque artificializan parcialmente el proceso
reproductor, sacándolo fuera de los hogares y haciéndolo ciudadano,
artificial y tecnológico.
Pero las modernas tecnologías de transmisión y de comunicación a distancia
han producido un impacto mucho mayor sobre los hogares. Han introducido
el mundo en casa, posibilitando la aparición de una nueva e inimaginable
forma de cosmopolitismo: el cosmopolitismo doméstico.
La revolución doméstica: la televisión, el teléfono y la telemática
son instrumentos para acciones sociales a distancia, fluyen imágenes,
sonidos y textos.
La televisión ha transformado radicalmente la vida social, tanto pública
como privada. En ella irrumpen los políticos compitiendo por el voto
y explicando sus programas de gobierno, pero también aparecen las
deportistas, los comerciantes, los telepredicadores, las policías,
los militares e incluso los jueces, sin olvidar a los más variados
actores y comediantes.
Echeverría en esta instancia hace un paralelismo con la pólis de Platón,
destacando que la televisión representa hoy en día el espacio ciudadano
más parecido a lo que en Atenas fue el ágora y en Roma el Foro. Transformación
de la vida oficial y de la vida pública mediante la televisión, denominada
"Telepolis"
Por su actitud frente a la televisión, cabe dividir a la ciudadanía
en dos grandes clases: los ciudadanos pasivos, que se limitan a contemplar
esta nueva ágora y luego opinan y juzgan privadamente a quienes actúan
en ella, y los ciudadanos activos, que son quienes ejercen plenamente
su condición cívica y emiten sus opiniones o desarrollan sus respectivas
habilidades en el mundo real representado en la pequeña pantalla.
La invención tecnológica llamada televisión tiene una importancia
que difícilmente podría minusvalorarse, y no sólo por los elevados
niveles de audiencia, por el número de horas de teletrabajo no retribuido
que los espectadores dedican a verla o por las consecuencias que tiene
sobre los más diversos sectores de la actividad social, sino sobre
todo porque representa una de las tentativas más logradas de artificializar
la realidad a lo largo de la historia. Merece la pena que nos detengamos
un momento en este punto, antes de proseguir nuestro recorrido.
La televisión es un mundo de apariencias y representaciones: no es
la realidad. Abundan los intelectuales que critican enérgicamente
este invento, precisamente por su poder para la simulación, y por
consiguiente para el engaño. Paradójicamente, muchos de ellos no se
recatan en aparecer con frecuencia en la pequeña pantalla, quién sabe
si por aprender el arte de simular su propio personaje (como se suele
decir de los políticos, de las artistas y de los deportistas que allí
aparecen), quién sabe si guiados por intereses más inmediatos.
La televisión parece ser una tecnología capaz de representar todas
las cosas, todas las personas y todos los sucesos, incluyendo los
seres de ficción, los santos, los demonios y las divinidades. La televisión
es hoy en día la representación más aproximada que tenemos del demiurgo
platónico, o si se prefiere del artista proteico capaz de ser y de
hacer todas las cosas. La fascinación que ejerce sobre los seres humanos
no tiene que ver únicamente con la información o con el entretenimiento
que ofrece a los hogares: la oferta televisiva principal es el mundo,
y por eso quien se hace teleadicto muestra alguna voluntad de ser
cosmopolita. El cosmopolitismo doméstico tiene en la televisión una
de sus expresiones más complejas, sin perjuicio de las múltiples críticas
que se puedan hacer a los demiurgos o productores de ese mundo en
casa.
Habrá quien pretenda zafarse del problema ontológico que se acaba
de plantear tomando un atajo moral y diciendo, por ejemplo: "salvo
raras excepciones, los programas televisivos son una bazofia; la televisión
es en sí un instrumento de alienación y de embrutecimiento; parece
mentira que los Estados permitan una televisión de tan ínfima calidad;
etc., etc.".
Este tipo de aseveraciones equivalen a opinar que el demiurgo o productor
televisivo es un mal artesano del mundo, y por consiguiente que el
espectáculo televisual podría ser mejorado. A mi modo de ver, el desafío
suscitado por la televisión en nuestros hogares es mucho más radical,
y podría ser enunciado, más o menos, en términos siguientes: ¿se quedan
ustedes con su mundo "real" cotidiano o, por el contrario, prefieren
habitar en esa caverna platónica en la que se convierte su casa por
influencia de las imágenes y de los sonidos que nosotros producimos
y transmitimos hasta sus hogares?
La televisión no es solamente una representación de la realidad, sino
que genera sus propias creaciones. Aquí radica su fuerza y su diferencia
fundamental con respecto a la crítica platónica a los demiurgos imitadores.
Pensemos en los espectáculos y en los deportes: muchos de ellos se
ven mejor en televisión que en los estadios o en los teatros, sobre
todo porque podemos grabarlos, analizarlos y comentarlos a nuestro
antojo una y otra vez, caso de que nos hayan gustado. El telespectador
puede ser inicialmente pasivo con respecto a las imágenes que recibe
en su pequeña pantalla, pero en la medida en que las grabe y las analice,
y sobre todo en la medida en que pueda combinarlas, recomponerlas
y modificarlas cuando el ordenador y la televisión sean un único aparato,
su capacidad de reflexión, de análisis y de crítica en relación con
las imágenes televisadas será mucho mayor que la que un lector tenía
al subrayar o al escribir notas en los márgenes de sus libros.
Se habla de Medio de comunicación, lo que engancha nuestra mirada
en el televisor es una cuestión de "comunicación". Luego la televisión
es un "medio", un "instrumento" que puede ser utilizado, "manipulado"
al gusto de quien lo detenta. (González Requena, 1995, pág. 10).
"Espectáculo televisivo, pues, en estado puro: imposible retirar la
mirada y, a la vez, consecuentemente, ningún esfuerzo necesario para
su lectura. Pues no hay, de hecho, lectura alguna posible, sino tan
sólo, literalmente, consumo espectacular". (González Requena, 1995,
pág. 97).
En el discurso televisivo dominante, el lugar de la enunciación (tanto
del enunciador como del enunciatario, que se funden en la identificación
espectacular) está vacío: en él nadie habla y, sin embargo, en él
el deseo del espectador es constantemente invocado.
En el análisis semiótico que realiza González Requena destaca los
principales rasgos que caracterizan al discurso televisivo dominante:
su fragmentación, su heterogeneidad, su multiplicidad y especialmente
su carencia de clausura, hacen imposible la construcción, la deducción,
de un perfil coherente de su sujeto de la enunciación: un discurso
que pretende decirlo todo, agotar todos los decibeles, termina condenando
a no decir nada y, por tanto, a ser un discurso de nadie.
El discurso televisivo dominante produce como único "valor" el narcisimo,
la autofascinación especular: seducción sin objeto, seducción en espejo
de las que el look y el light son sus dos facetas indisolubles: ser
pura imagen visual seductora, sin cuerpo -sin carne que se resista-
y sin tiempo -que pueda ensuciar la imagen con sus arrugas- incorpórea
o, más exactamente, descorporeizada.
Con respecto al lugar del teleespectador, González Requena lo destaca
desposeído de su cuerpo, enfrentado a la caricatura de su deseo, invadido
por un universo inmediatamente accesible pero descorporeizado y sistemáticamente
fragmentado, desposeído de toda intimidad, huérfano de ritos, vaciado
de cualquier otro trabajo que no sea el de oprimir los botones del
mando a distancia, el espectador es un espectador desintegrado -como
están fragmentados los mensajes que recibe-, vacío -como está vacío
el lugar del sujeto de la enunciación en el discurso que le habla-
un espectador, sometido a una posición psicótica.
Lic.
Silvina Torre.
Analista en Medios de Comunicación. Periodista.
BIBLIOGRAFIA
Adorno, Theodor, Televisión y Cultura de Masas, Eudecor, Córdoba,
1966.
Aumont, Jacques, La imagen, Paidós, Barcelona, 1992.
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