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Desde la Primera Guerra Mundial, afirma el filósofo italiano Giorgio
Agamben, los ciudadanos de todo el mundo vivimos en un alarmante
estado de "guerra civil legal". Mucho más alarmante aun porque parecemos
no damos cuenta. La mayoría de los gobiernos adoptan en forma duradera
y estable medidas "de excepción" , que por definición deberían ser
provisorias: los decretos-ley emanados por el poder ejecutivo, el
estado de sitio, las diferentes formas de dictadura, la suspensión
de los derechos y garantías son hoy moneda corriente.
Para decirlo con Walter Benjamin (que es uno de los principales
autores en los que se basa Agamben, además de Michel Foucault y
Hannah Arendt), el "estado di excepción" devino la regla. Y esto
corre no sólo para el régimen nazi y las dictaduras latinoamericanas
de los 70, sino que va desde los campos de concentración nazis y
los centros, clandestinos de detención en la Argentina hasta la
base estadounidense en Guantánamo o la cárcel de Abu Ghraib en Irak.
En su reciente libro Estado de excepción, que integra la serie Homo
sacer que publica en estos días la editorial Adriana Hidalgo, Agamben
reconstruye la historia del "estado de excepción" y analiza cómo
fue que durante el siglo XX se convirtió en forma paradigmática
de gobierno. También conecta este problema con la noción de "biopolítica"
acuñada por Foucault, según la cual, a partir del siglo XVIII, el
poder empieza a relacionarse con los individuos en tanto "simples
vivientes", como entidades biológicas o "vidas desnudas" que en
conjunto funcionan como máquinas productivas, disciplinados para
producir riquezas, bienes saberes, otros individuos.
Una de las ideas en las que se sostiene este libro es que la praxis
política que se basa en el "estado de excepción" crea una especie
de limbo legal en el que se suspende el estado de derecho. Y en
este limbo, los individuos -devenidos ya "vidas desnudas", desprovistos
de derecho y, en muchos casos, de humanidad- pasan a estar en disponibilidad;
con sus cuerpos todo o casi todo puede hacerse. Cuando la excepción
es la regla, se celebra el triunfo del totalitarismo.
Lo más provocador de la tesis de Agamben es que esto, lejos de ser
un "desvío" o un "defecto" a corregir en la política y en la democracia
modernas, es uno de sus rasgos constitutivos. Todo el modelo jurídico
de Occidente, dice, se funda en la excepción. A lo largo del libro,
además, discute con Carl Schmitt y se apoya en Benjamin para postular
una nueva forma de pensar la relación entre política y derecho,
entre el orden jurídico y la vida.
Esta entrevista, realizada en Roma poco después de la publicación
en Italia de Estado de excepción, es parte de la integra ahora la
edición argentina de ese libro. Aquí Agamben explica por primera
vez cómo se incluye este volumen dentro de su proyecto Homo sacer,
una serie de cuatro libros de los cuales hasta ahora sólo se habían
escrito dos.
En persona, Agamben es un hombre amable y serio, introvertido antes
que distante. El encuentro es en su casa, un antiguo y hermoso departamento
frente al jardín botánico, en el Trastevere. Antes de hablar de
su libro, se interesa por la situación en Latinoamérica y pregunta
con timidez si sus textos se leen en la Argentina. Y comenta que
decidió suspender el dictado de clases en los Estados Unidos. Es
en protesta por una medida que obliga a que todo aquel que ingrese
al país, sea fichado y deje sus huellas digitales. Lo que se suma
a nuevas exigencias para con los inmigrantes, que incluyen la posibilidad
de que un "sospechoso" quede detenido indefinidamente a disposición
de las autoridades. Poco después de esta charla, Agamben publicó
una carta en el diario Le Monde, donde contó su decisión e instó
a sus colegas a hacer lo mismo, para no justificar esos atropellos.
-En la introducción a Homo sacer, afirma que concibió el libro como
una respuesta a "la sangrienta mistificación de un nuevo orden planetario",
y que en su desarrollo se enfrentó a problemas como el de la sacralidad
de la vida, que no estaban en el plan inicial. ¿Cómo se conforma
desde allí su proyecto intelectual?
-Cuando comencé a trabajar en Homo sacer, supe que estaba abriendo
una cantera que implicaría años de excavaciones y de investigación,
algo que no habría jamás podido llevar a término y que, en todo
caso, no se habría podido agotar ciertamente en un solo libro. Después
de la publicación de Homo sacer I, a menudo me han acusado de brindar
conclusiones pesimistas, cuando en realidad debería haber estado
claro desde un principio que se trataba solamente de un primer volumen,
donde exponía una serie de premisas y no de conclusiones. Quizá
llegó ahora el momento de explicitar el plan de la obra, al menos
tal como él se presenta ahora en mi mente. Al primer volumen (El
poder soberano y la nuda vida, publicado en 1995), seguirá un segundo,
que tendrá la forma de una serie de investigaciones genealógicas
sobre los paradigmas (teológicos, jurídicos y biopolíticos) que
han ejercido una influencia determinante sobre el desarrollo y el
orden político global de las sociedades occidentales. El libro Estado
de excepción, que aparece ahora, no es sino la primera de estas
investigaciones, una arqueología del derecho que, por evidentes
razones de actualidad y de urgencia, me pareció que debía anticipar.
-Es decir que tampoco es un volumen completo...
sí, se trata únicamente de la primera parte de un libro mayor, que
comprenderá una suerte de arqueología de la biopolítica bajo la
forma de diversos estudios sobre la guerra civil, sobre el origen
teológico de la economía, sobre el juramento y sobre el concepto
de vida (zoé) que estaban ya en los fundamentos de Homo sacer I.
El tercer volumen, que contiene una teoría del sujeto ético como
testigo, apareció en el año 1998 con el título Lo que queda de Auschwitz.
El archivo y el testigo. Pero quizá será sólo con el cuarto volumen
que la investigación completa aparecerá bajo su luz propia. En el
centro de ese cuarto libro estarán los conceptos de forma-de-vida
y de uso, y que lo que está puesto en juego allí es el intento de
asir la otra cara de la nuda vida, una posible transformación de
la biopolítica en una nueva política.
-Usted hizo una lectura atenta de autores como Martin Heidegger
y Carl Schmitt, identificados con la derecha, e incluyó esa lectura
en el marco de un pensamiento -por decirlo así- emancipatorio. ¿Cómo
ha ido articulando en su biografía intelectual la lectura de estos
autores?
-Los dos autores que usted cita han tenido en mi vida un peso diferente.
El encuentro con Heidegger fue relativamente temprano, y él incluso
fue determinante en mi formación, en 1966 y en 1968. Más o menos
en los mismos años durante los cuales leía a Walter Benjamin, que
quizá me sirvió de antídoto frente al pensamiento de Heidegger,
estaba en cuestión el concepto mismo de filosofía, el modo en el
cual habría debido responder a la pregunta, práctica y teórica,
¿qué es la filosofía? El encuentro con Carl Schmitt se dio, en cambio,
relativamente tarde, y tuvo un carácter totalmente distinto. Era
evidente (creo que es evidente para cualquiera que no sea estúpido
ni tenga mala fe, o, como sucede a menudo, las dos cosas juntas)
que si quería trabajar con el derecho y sobre la política, con él
debía medirme. Como con un enemigo, desde ya -pero la antinomia
amigo-enemigo era una de las tesis schmittianas que quería poner
en cuestión.
-La recepción de su obra ha sido polémica en algunos países, sobre
todo en Alemania. Uno de los momentos más provocadores de su trabajo
es cuando habla de una "íntima solidaridad" entre democracia y totalitarismo.
¿Qué opina de eso?
-En la perspectiva arqueológica de mi investigación, las antinomias
(como democracia versus totalitarismo) no desaparecen pero pierden
su carácter sustancial y se transforman en campos de tensiones polares
entre las que es posible encontrar una vía de salida. No se trata
de distinguir lo bueno de lo malo en Heidegger o en Schmitt. Dejemos
eso a los bien pensantes. El problema es que si no se comprende
lo que se pone en juego en el fascismo no se advierte siquiera el
sentido de la democracia.
-¿Qué entiende por arqueología? ¿Qué lugar ocupa en su método de
trabajo?
-Mi método es arqueológico y paradigmático en un sentido cercano
al que utilizaba Foucault, pero no idéntico. Se trata, ante las
dicotomías que estructuran nuestra cultura, de salirse más allá
de las escisiones que las han producido, pero no para reencontrar
un estado originario sino para poder comprender la situación en
la cual nos encontramos. La arqueología es, en este sentido, la
única vía de acceso al presente.
-¿Y de qué modo es posible superar la lógica binaria?
Siendo capaces de transformar cada vez las dicotomías en bipolaridades,
las oposiciones sustanciales en un campo de fuerzas recorrido por
tensiones polares que están presentes en cada uno de los puntos
sin que exista posibilidad de trazar líneas claras de demarcación.
Significa que entre A y no A se da un tercer elemento que no puede
ser, sin embargo, un nuevo elemento homogéneo y similar a los dos
anteriores: él es la neutralización y la transformación de los dos
primeros. Significa, en fin, trabajar por paradigmas, neutralizando
la falsa dicotomía entre universal y particular. Un paradigma (en
griego,"ejemplo") es un fenómeno particular que vale por todos los
casos del mismo género y permite constituir un conjunto problemático
más vasto. En mi trabajo utilicé paradigmas constantemente: el homo
sacer no es sólo una oscura figura del derecho romano arcaico sino
también la cifra para comprender la biopolítica contemporánea. Lo
mismo puede decirse del estado de excepción.
-En el libro traza la historia del proceso -acelerado después de
la Primera Guerra- por el cual el estado de excepción devino paradigma
dominante de gobierno en la política contemporánea. ¿Cómo llega
a esta idea?
-Para mí se trataba sobre todo de comprender la profunda transformación
que se había producido en la vida política de las así llamadas democracias
en las cuales vivimos. Ninguna de las categorías fundamentales de
la tradición democrática ha mantenido su sentido, sobre esto no
podemos hacernos ilusiones. En Estado de excepción intento indagar
en esta transformación desde el punto de vista del derecho; me pregunté
qué significa vivir en un estado de excepción permanente. Dos campos
de investigación que Foucault dejó a un costado -el derecho y la
teología- son extremadamente importantes para comprender nuestra
situación presente.
-¿Por qué considera fundamental una teoría general del estado de
excepción: una teoría sobre el vacío de derecho que, sin embargo,
funda la derecho?
-Se ha dicho alguna vez que en cada libro hay algo así como un centro
que permanece escondido; y que es para acercarse, y a veces para
evitar este centro, que se escribe ese libro. En este caso, este
núcleo problemático es la relación entre anomia y derecho que en
el curso de la investigación apareció como la estructura constitutiva
del orden jurídico. Uno de los objetivos del libro era precisamente
analizar esta doble naturaleza del derecho, de esta ambigüedad constitutiva
del orden jurídico por la cual éste parece estar siempre al mismo
tiempo afuera y adentro de sí mismo: a la vez vida y norma, hecho
y derecho. El estado de excepción es el lugar en el cual esta ambigüedad
emerge a plena luz y, a la vez, el dispositivo que debería mantener
unidos los dos elementos contradictorios del sistema jurídico. Él
es, en este sentido, aquello que funda el nexo entre violencia y
derecho y, a la vez, en el punto en el cual se vuelve "efectivo",
aquello que rompe este nexo.
-¿Imagina una praxis para esa teoría?
-La ruptura del nexo entre violencia y derecho abre dos perspectivas
a la imaginación (que es naturalmente ya una praxis): la primera
es la de una acción humana sin ninguna relación con el derecho,
la "violencia revolucionaria" de Benjamín, un "uso" de las cosas
y de los cuerpos que no tenga nunca la forma de un derecho; la segunda
es la de un derecho sin ninguna relación con la vida -el derecho
no aplicado, sino solamente estudiado, del cual Benjamin decía que
es la puerta de la justicia.
-Usted afirma que no hay un retorno posible desde el estado de excepción
en el que vivimos hacia el estado de derecho. Que sólo nos cabe
denunciar la ficción de la articulación entre violencia y derecho,
entre vida y norma, para abrir allí el campo de la política. ¿No
nos debemos también una teoría de la "institución política": una
teoría sobre la praxis articulatoria que incluya la politicidad
de lo viviente como un elemento central?
-Precisamente porque se trata de romper el nexo entre violencia
y derecho, el problema aquí es que debemos superar la falsa alternativa
entre poder constituyente y poder constituido, entre violencia que
pone el derecho y violencia que lo conserva. Pero por esto me parece
que no se trata tanto de "instituir" y de "articular" como de destituir
y de desarticular. En general, en nuestra cultura el hombre ha sido
pensado siempre como la articulación y la conjunción de dos principios
opuestos: un alma y un cuerpo, el lenguaje y la vida, en este caso
un elemento político y un elemento viviente. Debemos aprender a
pensar al hombre como aquello que resulta de la desconexión de estos
dos elementos e investigar no el misterio metafísico de la conjunción,
sino el misterio práctico y político de la separación.
-La dinámica de cómo deponer lo instituido sin instituir a la vez
una nueva institución remite a la idea de "revolución permanente".
¿Hacia dónde es posible y deseable dirigirse en el intento de pensar
una política "completamente nueva"?
-Diría que el problema de la revolución permanente es el de una
potencia que no se desarrolla nunca en acto, y en cambio sobrevive
a él y en él. Creo que sería muy importante llegar a pensar de un
modo nuevo la relación entre la potencia y el acto, lo posible y
lo real. No es lo posible que exige ser realizado, sino la realidad
la que exige volverse posible. Pensamiento, praxis e imaginación
(tres cosas que no deberían ser jamás separadas) convergen en este
desafío común: volver posible la vida.
-Pese a la creciente conversión de las democracias parlamentarias
en gubernamentales, y al aumento del "decisionismo" del poder ejecutivo,
usted señala que los occidentales no registran estos cambios y creen
seguir habitando en democracias. ¿Tiene una hipótesis sobre porqué
sucede esto? ¿Cabría enfocar el tema desde la idea de una sujeción
voluntaria al poder?
-El problema de la sujeción voluntaria coincide con los procesos
de subjetivación sobre los cuales trabajaba Foucault. Él mostró,
me parece, que cada subjetivación implica la inserción en una red
de relaciones de poder, en una microfísica del poder. Pero tan interesantes
como los procesos de subjetivación son los procesos de desubjetivación.
El sujeto se presenta como un campo de fuerzas recorrido por dos
tensiones opuestas: una que va hacia la subjetivación y una que
procede en dirección opuesta. El sujeto no es más que la no-coincidencia
de estos dos procesos. Está claro que serán consideraciones estratégicas
las que decidirán cada vez sobre cuál polo hacer palanca para desactivar
las relaciones de poder. En cambio, toda política de las identidades,
aunque sea la identidad del contestatario y la del disidente, es
letal.
-Usted afirma que "vida desnuda" y "norma" no son cosas preexistentes
a la máquina biopolítica; sino un producto de su articulación. ¿Podría
explicarlo? Porque es simple comprender que el derecho ha sido "inventado",
pero cuesta más salirse de la idea de que los humanos somos, en
algún sentido, "existencias desnudas" que de a poco vamos aprovisionándonos
de nuestros ropajes: lengua, normas, hábitos...
-Lo que llamo nuda vida es una producción específica del poder y
no un dato natural. En cuanto nos movamos en el espacio y retrocedamos
en el tiempo, no encontraremos jamás -ni siquiera en las condiciones
más primitivas- un hombre sin lenguaje y sin cultura. Ni siquiera
el niño es nuda vida: al contrario, vive en una especie de corte
bizantina, en la que cada acto está siempre ya revestido de sus
formas ceremoniales. Podemos, en cambio, producir artificialmente
condiciones en las cuales algo así como una nuda vida se separa
de su contexto: el "musulmán" en Auschwitz (el detenido que, por
su penosos estado, se casi un muerto en vida), el comatoso... En
este sentido decía antes que es más interesante indagar cómo se
produce la desarticulación real del humano que especular sobre cómo
ha sido producida una articulación que, por lo que sabemos, es un
mitologema. Lo humano y lo inhumano son sólo dos vectores en el
campo de fuerza del continuum viviente; pero en él se pueden producir
censuras: el "musulmán" en Auschwitz y el testigo que responde por
él son dos singularidades de este género.
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