LOS
AVANCES CIENTÍFICOS SON UNA RAZÓN PARA ADMIRAR AL HOMBRE
Entrevista a Georges
Charpak
Sábado 16 de abril de 2005. Publicado en el Suplemento Babelia, de
EL PAÍS.
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por
Octavio Martí. |
Georges Charpak nació en Polonia en 1924 pero cuando tenía 7 años,
es decir, en 1931, sus padres emigraron a Francia. "Encontré el país
y el barrio de París en el que nos instalamos muy agradables, mejor
que mi país de origen. En Francia reinaba la tolerancia", declara
Charpak. Alumno brillante, proseguirá sus estudios durante la ocupación
alemana, en Lyón, con papeles falsos en el bolsillo para ocultar su
ascendencia judía, conciliando dos identidades: como Charpentier vive
la cotidianidad, como Charpak se examina. Detenido en tanto que militante
de la Resistencia, pasa un año en el campo de concentración de Dachau.
A su regreso logra obtener el diploma de la prestigiosa École des
Mines en 1947. Luego, en el Collège de France, sigue los cursos de
Frédéric Joliot, de quien recuerda con entusiasmo cómo explicaba "tanto
sus descubrimientos como sus fracasos, cómo él y su esposa fallaron
con el neutrón, después identificado por James Chadwick, o cómo no
habían visto la fisión nuclear que sin duda había tenido que producirse
ante sus ojos".
Esa voluntad de aprender de los errores, de proseguir experimentando
a pesar de decepciones repetidas, le ayuda a entrar en el CERN (laboratorio
europeo de la física de partículas) en 1959. Ahí tendrá la oportunidad
de poner a punto un detector de partículas multihilos a finales de
los años sesenta, detector que Charpak querrá luego poner a disposición
de la medicina para poder realizar un tratamiento más preciso y menos
doloroso de los tumores. En 1992, Georges Charpak es coronado con
el Premio Nobel de Física y dice sentirse "algo sorprendido, pues
mi trabajo entre 1968 y 1969 que ahora obtiene ese reconocimiento,
queda algo lejos de mis preocupaciones actuales".
Charpak, enamorado de la música, gran esquiador, parece que excelente
catador de vino y de todos los placeres de la cocina, militante activo
de la izquierda, tiene tres hijos, dos de ellos médicos, el tercero
biólogo. En 1993, publicó La Vie à fil tendu, de carácter autobiográfico,
y luego, entre otros títulos, ha obtenido desde 2000 un gran éxito
popular con Conviértase en brujo, conviértase en sabio (Ediciones
B, 2002), seguido por Sed sabios, convertíos en profetas (Anagrama,
2005), escrito en colaboración con Roland Omnès, un gran teórico de
la física. Entre uno y otro hay una voluntad explícita de divulgación,
de lograr que los "literarios" dejen de ser "analfabetos científicos".
Charpak nos dice: "El segundo libro es más serio. En el primero atacaba
las supersticiones, muy a menudo extremadamente populares, mientras
que el segundo aborda creencias más profundas, de orden religioso
y filosófico, que pueden ser engañosas cuando se presentan bajo la
apariencia de verdades incuestionables".
Al premio Nobel le inquieta "que la gente que dirige el mundo, la
gente que tiene el poder entre sus manos, viva aún en la época de
las cavernas, al menos en todo lo que se refiere a sus conocimientos
de cuestiones científicas. Hay que ser profetas para abordar los problemas
fundamentales de la humanidad, incluidos los de naturaleza espiritual.
Tras Conviértase en brujo, conviértase en sabio recibí muchas cartas
de lectores agradecidos porque les había aclarado dudas y equívocos.
El tono de la correspondencia que nos dirigen quienes han leído Sed
sabios, convertíos en profetas es distinto, los interrogantes que
la gente se plantea o quiere debatir son filosóficos o religiosos
además de científicos. Con Omnès hemos querido respetar lo que hay
de sagrado en la vida humana pero al margen de la religión".
Como para cualquier sabio que se interesa por las posibilidades desconocidas
de ciertos hallazgos, por el potencial de inventos o descubrimientos
que abren puertas a lo desconocido, Charpak tiene que afrontar la
responsabilidad de utilizaciones no deseadas del progreso. "Querer
detener los avances de la ciencia es una tontería, es como querer
parar un tsunami. Galileo ya fue un tsunami en su momento, pero entonces
las formas de control sobre la difusión del conocimiento aún eran
muy eficaces. Hoy, cada tres años, se duplica el número de conocimientos
científicos. Por eso es muy importante que los ciudadanos conozcan
las principales leyes científicas, que su difusión no quede en manos
de la intolerancia y el fanatismo, de profesionales del miedo y la
intoxicación ideológica. Es evidente que no controlamos, que nadie
puede controlar el desarrollo del avance científico, pero ése es un
problema al que hay que plantar cara. Hace cincuenta años nadie o
casi nadie se preocupaba por el cambio climático. Las armas biológicas
son un peligro, pero no lo evitaremos dejándolas en manos de personas
sobre las que no podemos ejercer ningún control. Si somos sabios evitaremos
que los demagogos exploten el terror para convertir a los hombres
en ovejitas obedientes. Observar los avances de la ciencia es una
razón para admirar al hombre. La Iglesia católica ha tardado 500 años
en reconocer sus errores ante Galileo y en pedir perdón. No hay que
aceptar que nos determinen instituciones que tardan cinco siglos en
admitir que se han equivocado".
La curiosidad debe ser el motor de Georges Charpak. "Cuando me digo
que el universo está compuesto en un 90% de materia oculta, eso me
deja estupefacto y tengo ganas de saber", confiesa. Para escribir
el libro dice haber disfrutado de la colaboración de Omnès: "Es un
hombre al que admiro muchísimo y que tiene una gran capacidad teórica.
A mí me interesan más la confrontación de ideas y la experimentación
propiamente dicha". Algunos colaboradores de Charpak recordaban cuando
le concedieron el Nobel: "Tenemos que evitar que Georges ponga sus
manos en un detector, pues lo desmonta y ya está estropeado. Tenemos
que ser las manos de su cabeza". Una descripción de su escasa habilidad
manual que quizá le ha impulsado a poner en pie el programa Las manos
en la masa. "Existe desde hace diez años y funciona estupendamente
para los críos de menos de 11 o 12 años. Su coste estimado es de 15
euros por niño y por año. Se trata de ejercicios muy simples a primera
vista, como preguntar a los niños -¡y a los adultos!- qué productos
van a flotar y cuáles van a hundirse en un barreño de agua. El profesor
les presenta un limón, un pomelo, una judía y un plátano. Todos dicen
que la judía flotará, pero lo cierto es que es la única que se hunde.
Esa experiencia sobre la densidad funciona muy bien con los que tienen
cinco años, hay otras, igualmente sencillas, que pueden hacerse con
los que ya han cumplido los ocho o nueve. Lo que cuenta es que el
alumno aprende las reglas del debate científico, que son las del debate
democrático. En la elaboración del programa participan grandes científicos.
Estoy muy contento de lo conseguido, pues ese aprendizaje de las leyes
científicas hace que los alumnos también sean mejores ciudadanos y
se expresen con mayor pertinencia".
El peso de la religión sobre el mundo musulmán se le antoja una rémora
dramática para toda una parte del mundo. "Cuando los religiosos y
los teólogos ocupan el poder, gobierna el oscurantismo". Respecto
a la exigencia de capacidad de abstracción que exige el conocimiento
de las matemáticas, prefiere señalar: "Las ciencias necesitan de la
prueba para demostrar su grado de fiabilidad, mientras que la filosofía
es una montaña de papeles. La experimentación es lo que demuestra
que Galileo lleva razón ante Aristóteles". En el libro queda claro
que algunos pensadores gozan de las simpatías y de la admiración de
Charpak y Omnès -Hume, Kant y, relativamente, Nietzsche, "que era
un tipo muy listo pero una nulidad cuando hablaba de ciencia"- y otros
que se les antojan figuras sobrevaloradas -es el caso de Heidegger,
que considera la ciencia como un avatar de la metafísica-, pero la
parte más interesante es la visita "al palacio de las leyes científicas",
que ayuda al lector a iniciarse en la lógica distinta de la física
cuántica o en la de la relatividad, "unas leyes que gobiernan el cómo
será el mundo del futuro. La ciencia va añadiendo más y más habitaciones
en el palacio de las leyes. La ciencia ha de ayudarnos a ser lúcidos,
a organizar mejor la vida de los hombres. La Unión Europea ha de prestar
atención a la difusión del pensamiento científico pues de ello depende
nuestro progreso colectivo".
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