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Conocí a George Soros en la conferencia del tercer sector Civicus,
celebrada en Budapest en 1997. De hecho, nos correspondió a Soros
y a mí, con sendos discursos, clausurar el encuentro. Quedé admirado
de la lucidez mental, la velocidad lógica y el pormenorizado conocimiento
de los expedientes manejados por el financista y filántropo húngaro-norteamericano.
Pero más aun me admiró su capacidad para argumentar a favor del
capitalismo con espíritu crítico. El capitalismo es sólo una opción
racional, no un dogma eterno. Puede evolucionar hacia terrenos más
propicios, como de hecho ha ocurrido en la socialdemocracia europea.
O puede estancarse en los pantanos del dogmatismo y la autocelebración.
Espíritu crítico, Soros ha sabido distinguir los valores del sistema
capitalista de sus defectos. Pero sobre todo, ha sabido denunciar
las políticas que, presentándose como defensoras del orden capitalista,
en efecto lo niegan y desacreditan. "Vivimos en una economía capitalista,
pero no en una sociedad capitalista", ha dicho Lionel Jospin. Con
pobreza no hay mercado, acaba de declarar en el Forum de Barcelona
Carlos Slim.
George Soros observa tres disparidades en el sistema global capitalista.
1) Entre bienes públicos y privados. 2) Entre el centro y la periferia.
3) Entre buena y mala gobernanza. Esta agenda propone soluciones
internas e internacionales. Internamente, mediante la extensión
de la democracia política a la justicia económica. Internacionalmente,
a través del multilateralismo, la cooperación internacional y arreglos
de seguridad colectiva.
La severa crítica de Soros al gobierno de Bush es que ha fracasado
en ambas direcciones, dañando severamente la salud económica norteamericana
y creando una peligrosa situación internacional de ideología supremacista.
Soros propone una lectura orwelliana del actual gobierno de los
EE.UU. Cuando Bush dice "la libertad prevalecerá", quiere decir
"los EE.UU. prevalecerán". Para Bush y su equipo de ideólogos neoconservadores,
las relaciones internacionales son sólo relaciones de poder, no
de ley. La soberanía de los EE.UU. está por encima de los tratados
internacionales. La soberanía de los demás queda sujeta a la de
los EE.UU. O como diría Orwell, todas las naciones son iguales,
pero sólo una de ellas es más igual que todas las demás.
Esta ideología supremacista ha conducido a Bush, nos advierte Soros,
a la catastrófica guerra de Irak. Ha fracasado como guerra contra
el terror. El desvío de la guerra contra el terror a la guerra contra
Irak le devolvió la iniciativa a los terroristas, les permitió definir
prioridades y llevó a los EE.UU. a hundirse, cada día más, en un
pantano del cual no parece haber conclusión sin graves consecuencias
para Bush si sale de Irak -derrotado- o si se queda en Irak -desangrado-.
En efecto, Bush entró a Irak sin plan viable para la postguerra.
Confió en que el ejército podía cumplir acciones de policía. No
ha podido controlar una creciente insurgencia guerrillera, nuevamente
"los ejércitos de la noche" que derrotaron a Johnson y a Nixon en
Vietnam (y a Napoleón III en México).
Hombre de pensamiento económico, Soros ofrece razones contundentes
para calificar el fracaso de la ocupación norteamericana de Irak.
El costo de la ocupación será de ciento sesenta mil millones de
dólares sólo entre 2003 y 2004, comparado al presupuesto para ayuda
exterior de ciento seis mil millones de dólares en el mismo periodo.
Este desgaste imprevisto ocurre cuando los EE.UU. descienden del
superávit presupuestal de trescientos mil millones de dólares dejado
por Clinton en 2000 a un déficit de cuatrocientos mil millones de
dólares bajo Bush en 2003 y, añade Soros, un previsible déficit
de seiscientos mil millones de dólares en 2004. Este es el resultado
de la ofuscada política bushista de reducir impuestos, aumentar
gastos militares y lanzarse sin preparación a una guerra interminable
en Irak.
Soros pasa revista en su libro La burbuja de la supremacía norteamericana
a las falacias que condujeron a la guerra. Despreciar el proceso
de inspección encabezado por Hans Blix y la ONU para sustituirlo
por el objetivo de derrumbar a Sadam. La ausencia de armas de destrucción
masiva. Su sustitución por el razonamiento de liberar a Irak, sin
tomar en cuenta que un pueblo ocupado lo que quiere es liberarse
del ejército de ocupación. El sofisma consiguiente de introducir
la democracia en Irak. Mal terreno, advierte Soros. Un país profundamente
dividido entre kurdos, sunís y chiítas deberá encontrar sus propios
modelos de convivencia política (como sucedió en México entre 1920
y 2000, largo periodo) o sucumbir a la fragmentación.
Tal fue el peligro previsto por el presidente George H. W. Bush
(el padre) en 1998. Lo cito: "El intento de eliminar a Sadam, convirtiendo
la guerra en ocupación de Irak... hubiese acarreado un costo humano
y político incalculable... Habríamos tenido que ocupar Bagdad y,
efectivamente, gobernar a Irak. La coalición se hubiese desplomado,
los árabes hubiesen desertado coléricos, los otros aliados nos habrían
abandonado". Palabras proféticas del padre, un conservador independiente,
al hijo, un reaccionario capturado por una camarilla (Elliot Abrams,
Dick Cheney, Paul Wolfowitz, Donald Rumsfeld) que ya en 1997 definía
públicamente su plataforma: Atacar a los regímenes hostiles a los
intereses a los EE.UU. a fin de extender su seguridad y su prosperidad.
Y por último, aumentar, para estos fines, los gastos militares.
El contraste entre padre e hijo es llamativo y convoca las sombras
perplejas de Fraser y Freud.
Soros prevé en su libro que las políticas de Bush (el hijo) conducen
fatalmente a abusos de poder y satanización de la crítica como acto
"antipatriótico". La verdad de estas previsiones la acaba de sufrir
Soros en carne propia. Nadie menos que el representante J. Dennis
Hastert, presidente (speaker) de la Cámara de Representantes del
Congreso Americano, ha acusado públicamente a Soros de poseer una
fortuna basada en el tráfico de drogas. A esta calumnia ha unido
la suya Newt Gingrich, el ultraconservador republicano, acusando
a Soros de hacer política anti-Bush para legalizar la heroína. Y
por último, el Washington Times, vocero de los neoconservadores
en el poder, describe a Soros como "un ateo reconocido y un judío
que se las arregló para sobrevivir el Holocausto".
Soros ha contestado con firmeza y dignidad. "Compruebe lo que afirma
-le ha escrito a Hastert- o presénteme una excusa pública por su
intento de difamación".
Los enemigos de Soros no han podido comprobar sus mentiras. Pero
le han permitido al húngaro-americano que sobrevivió la ocupación
nazi de Budapest y la represión soviética después de la guerra,
contrastar su propia experiencia con la de un grupo patriotero que
jamás ha pisado un campo de batalla pero envía alegremente a los
negros, a los latinos y a los pobres a morir en guerras ilegales.
Las calumnias de la derecha republicana bushista sólo demuestran,
como el propio Soros lo ha escrito, que quien ejerza los derechos
de crítica consagrados en la Primera Enmienda de la Constitución
norteamericana será considerado nada menos que un criminal. "Continuaré
mi trabajo a pesar de los esfuerzos constantes del gobierno de intimidar"
a quienes se oponen a Bush porque "está llevando a nuestra nación
a la ruina tanto económica como internacional".
Lo que Soros nos propone -vuelvo a mi punto de partida- es tratar
nuestras creencias como verdades provisionales, manteniéndolas siempre
abiertas a una constate proceso de re-examen. Basándose en Karl
Popper, nos recuerda que existe "asimetría entre la verificación
y la falsificación", por lo cual "la verdad final está siempre fuera
de nuestro alcance".
El actual gobierno de los EE.UU. jamás comprenderá estas palabras.
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