CORRESPONSALES DE GUERRA - LOS ANTECEDENTES Por Lucrecia Pérez Orué

El primer corresponsal de guerra del que tenemos conocimiento, Tucídides, hubiera podido tomar partido por el bando ateniense, en la Guerra del Peloponeso, siendo él mismo ateniense. En su lugar, hizo de la objetividad su meta y procuró cubrir la historia desde ambos puntos de vista, presentando la posición espartana tanto como la de la alianza ateniense, y esforzándose en mantener el equilibrio por encima del sentimiento patriótico. Esta tradición fue mantenida por sus sucesores, historiadores como Jenofonte, el cual hizo hincapié en la observación y la descripción.
La era de las grandes guerras patrióticas, comenzando al final del siglo XIX, vivió un cambio en la manera en que las corporaciones de los medios de comunicación masiva esperaban que sus corresponsales informasen sobre los conflictos. Estos cambios fueron en gran parte el resultado de avances estructurales en los medios, especialmente el ascenso de la prensa popular. Un ejemplo notorio es la forma en que William Randolph Hearst aplicó la subjetividad a la guerra de independencia de Cuba en favor de la ideología estadounidense de "destino manifiesto", preparando al público americano para las intenciones militares norteamericanas en Cuba.

Las dos Grandes Guerras y la Guerra Fría.

La Primera Guerra Mundial aceleró este proceso de transformar el reportaje de guerra en propaganda. Los corresponsales de guerra ya no se consideraban observadores objetivos, independientes del conflicto, sino como parte del esfuerzo bélico de su nación. Su primera responsabilidad era reforzar la moral pública y apoyar la acción bélica, mas no reportar lo que realmente sucedía en los campos de batalla.
Para el comienzo de la Segunda Guerra Mundial, este enfoque se había afianzado en calidad de definición del papel de los corresponsales. Los corresponsales durante este conflicto se identificaron más con los ejércitos que seguían, que con las corporaciones de los medios para las cuales reportaban. Sus reportajes fueron cuidadosamente monitoreados (y a menudo censurados) por oficiales militares, y sus movimientos estrictamente controlados. Algunos de los más valientes (y también desafortunados) alcanzaron el nivel de guerreros, arriesgando y perdiendo sus vidas en pro de su deber. Su papel se enmarcó en el contexto de la lucha nacional por la victoria. Redujeron la guerra a una batalla entre el bien y el mal; el lado suyo representaba el bien enfrentándose al mal. Esta reducción simplista, de lo que en esencia constituía un choque de imperios, continuó hasta entrada la Guerra Fría, cuando un nuevo enemigo fue identificado, un nuevo demonio creado.
Al principio eran los soldados los encargados de transmitir las noticias del frente. Desde entonces han sido muchos los periodistas que han dedicado su vida a ello e incluso la han perdido. "Los primeros periodistas que cubrieron conflictos armados eran considerados personal del Ejército, -explica la periodista Ana Muñoz, del Centro de Colaboraciones Solidarias (CCS)-. Tenían que obedecer a los mandos y si caían presos eran tratados como prisioneros de guerra. Así fue hasta la sangrienta guerra del Vietnam, la primera guerra televisada del siglo XX. En 1977, se firmaron una serie de protocolos por los que los periodistas en lugares de conflicto pasaban a tener la misma protección que los civiles. Sin embargo, EEUU aún no ha firmado esos acuerdos. Tampoco Irak".

Vietnam. Golfo Pérsico. Malvinas. Europa Oriental. Africa.

Los reporteros norteamericanos comenzaron a objetivar su cobertura, describiendo la guerra desde el punto de vista de los fracasos de su propio lado. Su esfuerzo de contar la historia, tal como en realidad ocurría, incluía descripciones de las atrocidades horripilantes cometidas por su propio lado. Algunos comandantes norteamericanos, incluso, culpan a los medios de comunicación por la derrota americana en aquella guerra, aseverando que la cobertura negativa del conflicto socavó la voluntad del pueblo norteamericano de continuar en apoyo del esfuerzo bélico, y que obligó a los políticos a hacer caso omiso de las fuerzas armadas (las cuales aún creían que la guerra se podía ganar), ordenando la retirada.
Las lecciones aprendidas por los militares norteamericanos durante esta guerra no fueron olvidadas cuando brotó la guerra del Golfo. Los reporteros occidentales fueron obligados a volver al papel de los corresponsales de la Segunda Guerra Mundial, operando en condiciones de acceso severamente restringido, y controles rígidos sobre lo que podían informar. La justificación para esta estrategia era que los medios de comunicación deberían apoyar a la nación en tiempos de crisis, y que la guerra constituye un acontecimiento de tal importancia nacional que invalida toda consideración de periodismo objetivo e imparcial. Sin embargo, en los conflictos que no implicaban directamente los intereses nacionales críticos, el principio de la objetividad seguía siendo de primordial importancia. Consecuentemente, se desarrollaron dos diferentes enfoques sobre el reportaje de guerra: el primero, determinado por nociones de patriotismo y sumisión ciega a los objetivos geopolíticos nacionales, y el segundo determinado por nociones de la neutralidad de los medios de comunicación y su responsabilidad ante el público de mantenerlo informado y con toda veracidad.
Estas guerras han sido marcadas por la brutalidad, teniendo como objetivo final el exterminio de una parte de la población civil. "Limpieza étnica" es un término nuevo que a menudo se aplica a este tipo de conflicto. Los ejemplos más notorios en los últimos años son las guerras civiles en la ex Yugoslavia y en el África al sur del Sahara. La carnicería que los reporteros atestiguaron en estos conflictos los obligó a desafiar el tácito acuerdo de mantener una postura neutral.
En el conflicto de las Malvinas (1982) entre británicos y argentinos, la mayoría de los profesionales de la información tuvieron que conformarse con transmitir desde el hotel las notas oficiales que les facilitaban los ingleses. No pudieron acercarse al lugar del conflicto. Aquella fue la primera guerra sin imágenes, hecho que se repetiría en conflictos posteriores.
La libertad de información a partir de aquel momento supuso una especie de amenaza y por ello se intentó ejercer un control sobre ella.

El Oriente Medio.

El siguiente ejemplo ilustrativo fue la primera Guerra del Golfo. Aunque la CNN nos facilitó imágenes en "exclusiva" -Está pasando. Lo estás viendo- de bombardeos en plena noche o rendiciones de las tropas de Sadam en mitad de un desierto, en aquel conflicto se evitaron los testigos. Sólo dos reporteros permanecieron allí para contarlo: Peter Arnett de la CNN y el español Alfonso Rojo, que no disponía de los medios técnicos para hacer llegar sus crónicas a España y se vio obligado a utilizar su ingenio. Arnett que contaba con todos los medios, nunca permitió a Rojo retransmitir desde su teléfono vía satélite. Aquello pasó a la historia.
En Afganistán (2002) no cambió la situación para los reporteros. Manu Leguineche recuerda que de no ser por Al Yazira no tendríamos noticias de aquella guerra.
Así llegamos al último conflicto, Irak. Una polémica guerra, organizada por EEUU para demostrar al mundo su poderío y cuidada hasta el más mínimo detalle por sus organizadores, para que periodistas del mundo entero diesen testimonio de la victoria de las tropas americanas sobre Sadam Husein.


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