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Esta entrevista, realizada por Daniel Ulanovsky Sack, fue publicada
el domingo 26 de abril de 1998 en Clarín. Buenos Aires, Argentina.
Ideas simples para una realidad compleja
Lo
acusan de optimista y eso lo divierte. Justo él, que siempre se
consideró un crítico de la sociedad.
Pero a los 77 años la vida le enseñó a esperar lo inesperado y a
buscar espacios de ilusión en medio del escepticismo.
Edgar Morin -ensayista, disparador de ideas- tiene credenciales
suficientes para figurar entre los intelectuales franceses más destacados
del siglo. Pocos temas no han sido abordados en sus libros: desde
la guerra y los medios de comunicación hasta la política y el budismo.
Invitado por la Universidad del Salvador, la provincia de Buenos
Aires y la Embajada de Francia, estuvo esta semana en la Argentina
y habló sobre "la pérdida del futuro". A pesar de esta frase y de
ser el director de la Asociación del Pensamiento Complejo de París,
privilegia lógicas simples para explicar por qué en el mundo actual
mucha gente siente un profundo vacío en su vida espiritual.
Usted luchó contra los nazis en la Resistencia francesa, se emocionó
con la Liberación, militó en el comunismo hasta que lo expulsaron
por disidente, estuvo con los hippies en California y con los jóvenes
del 68 en París, asistió a la independencia de una Argelia que ahora
se ahoga en su sangre y se sorprendió ante la construcción y la
caída del Muro de Berlín. ¿Qué aprendió de tanta ebullición humana?
-Me di cuenta de que casi siempre sobreviene lo inesperado, que
se manifiesta lo imprevisible. Además, me convencí de que la experiencia
no sirve para nada, que el 98 por ciento de lo que vive la humanidad
se pierde: es imposible transmitir el sufrimiento de una generación
a otra. Las cosas del pasado tienden a olvidarse, como las masacres
y los genocidios. Esto es muy triste, pero hay que saberlo, así
uno comprende mejor cómo se mueve el mundo. Pese a lo que le digo,
sin embargo, no soy pesimista. Sé que las cosas llegan cuando uno
menos las espera, que sorprenden. Y aunque vivimos una etapa de
incertidumbre, se pueden tener ilusiones: ignorar qué va a pasar
en el futuro con nuestra sociedad no significa infelicidad obligatoria.
Pero al caerse algunas certezas -como la idea del progreso y la
posibilidad de que cada generación viva mejor que la anterior-,
la angustia crece.
-Depende de cómo se lo mire. Por una parte, es cierto que quienes
no logran sentirse cómodos con el hedonismo del presente sufren
una gran angustia. Es un período de depresión. Pero diría que no
conviene hablar con palabras absolutas -como "desdicha"- porque
se puede encontrar felicidad en momentos de la vida que no tienen
nada que ver con el entorno social. Me refiero al encuentro de un
amor, por ejemplo. Además, y ya en el terreno social, se abren las
puertas para luchar por lo que soñamos y no existe. Es una oportunidad.
Algo así como "no protestemos, construyamos".
-Yo hablaría de no perder las ganas, la esperanza. Le doy un ejemplo.
Usted mencionó la Resistencia: me acuerdo cuando ingresé a las redes
clandestinas en 1941, en medio de enormes incertidumbres sobre el
futuro de Europa y sobre el mío propio, ya que no sabía qué me podía
suceder al día siguiente. Estaba rodeado de dificultades, arrestos,
amigos hechos prisioneros o muertos, faltaba comida. Sin embargo,
fue una época feliz para mí. ¿Por qué? Porque todo lo que hice tenía
sentido, participaba de un movimiento colectivo. Y creía que el
fin de la guerra significaba el nacimiento de un mundo mejor, más
libre y humano. Quizá hayan sido sólo deseos, pero muestra que uno
puede motivarse y ser feliz en tiempos de incertidumbre.
¿Cuáles serían hoy esas ideas con las que vale la pena soñar? ¿No
tenemos un déficit de ilusión?
-Ahora no existe una ideología que impulse a actuar por un objetivo
general de la humanidad. Pero hay muchas microcausas que tienen
ese sentido y que permiten canalizar las ganas de hacer, de participar.
En Francia, por ejemplo, se inició el grupo "Médicos sin fronteras",
que empezó con servicios sanitarios en Biafra y luego pasó a lugares
como Beirut, donde mostró que podían ser cuidados pese a las diferencias:
musulmanes, cristianos, militantes de distintos grupos. Ahora pasa
algo similar en Bosnia: hay allá muchas redes humanitarias -algunas
de ellas casi espontáneas- que trabajaban para ayudar a la gente
con problemas concretos.
Quizá sea un prejuicio mío, pero creo que estas iniciativas, pese
a su importancia, reflejan el hecho de que la gente no sabe cómo
actuar en su propia sociedad y entonces mira hacia afuera.
-No le voy a negar que en el fondo de la época actual hay un gran
vacío. El futuro se perdió y es difícil vivir sin él: ya no existe
más el mito del progreso eterno. Por eso a mí me gusta hablar del
pensamiento complejo; ahora hay necesidad de unir distintos saberes
para entender lo que pasa. Una posibilidad es pensar en términos
éticos los problemas políticos fundamentales. Por ejemplo el libro
El horror económico, de Viviane Forrester, plantea un tema central
que es la dominación de la economía sobre la política. Habla sobre
la total inhumanidad que se desprende del universo tecnoeconómico
cuando todos los puntos de referencia son cuantitativos y no se
ve la miseria -no sólo la física, sino también la moral- que hay
detrás de las cifras.
Esos son los números que dominan nuestra vida cotidiana.
-Por eso resulta interesante esta etapa de microcausas. Francia,
pese a su egocentrismo tan grande, es la sociedad que más voluntarios
da para atender situaciones desdichadas a través del mundo. Son
causas que ayudan a sentirse conforme con uno mismo, a encontrar
un bienestar personal. Insisto en su importancia porque me parece
valorable en una etapa de tanto quiebre. Piense que -como decía
antes- no sólo se perdió el concepto de futuro, sino también el
de pasado.
¿Cómo es eso?
-Cuando existía la visión del progreso permanente, se rechazaba
el pasado considerándolo como un tiempo plagado de superstición.
Ahora descubrimos que, en verdad, la superstición se centraba en
nuestra idea de futuro -todo iría mejor de manera casi automática-
y se empieza a ver con ojos distintos el pasado. En este momento,
uno mira atrás y encuentra momentos que considera interesantes;
creo que esta sensación no era la que imperaba hace unas décadas.
¿La ausencia de futuro puede provocar que haya tanta gente buscando
raíces en otras civilizaciones, como sucede con los occidentales
que se sienten atraídos por el budismo y las culturas hindúes?
-Es un tema que se puede abordar desde distintos ángulos. Por un
lado, la búsqueda de paz interior y el huir de las apariencias para
encontrar una verdad profunda no son necesidades arcaicas. Al contrario,
corresponden al hombre moderno, demasiado agitado, siempre disperso.
No parece casual el hecho asombroso de que el deseo fuerte de fe,
de religión, de mística, se haga sentir aún más en los medios científicos
y técnicos. Pese a lo tecnologizado de su trabajo viven un gran
vacío, e intentan llenarlo -a veces hasta de manera ingenua- con
algo diferente de la ciencia.
Resulta paradójico: quienes más avanzan en lo técnico son los que
necesitan regresar a lo básico.
Y eso se da en culturas muy diferentes. En Egipto, por ejemplo,
los sectores que alimentan el fundamentalismo religioso son los
estudiantes de ciencias, no los de letras. Ya en Occidente, el mundo
de movimiento y excitación permanente abre la necesidad de una vida
interior más plena. Dicho de otro modo, da la sensación de que la
hiperactividad hace perder a las personas su propio ser; algo así
como una huída respecto de sí mismo. Y por lo tanto hay una atracción
hacia lo distinto que es suplida, en parte, por las culturas orientales.
Yo mismo me defino como semi- budista.
¿Qué razones lo impulsaron a su semi- conversión?
Buda tiene dos mensajes muy importantes. El primero pasa por la
compasión: a partir de la idea de que vivir es sufrir -y la palabra
compasión significa "sufrir con"- uno se torna sensible al padecimiento
del otro. Como es una religión muy abierta al mundo viviente, tanto
al animal como al vegetal, es intención se extiende a todas las
criaturas y no sólo a los humanos, como sucede, por ejemplo, en
el cristianismo. El segundo mensaje del budismo también resulta
interesante: se refiere a la impermanencia.
Explíqueme esa palabra.
-Se trata del cambio permanente, de que todo pasa. Es una idea que
permite enfrentar la incertidumbre del mundo contemporáneo con serenidad,
al entender que hay una lógica por la cual las cosas se van, se
modifican. Eso ayuda a tomar un poco de distancia frente a la agitación
de esta época, facilita esperar lo inesperado -como señalaba al
principio de la entrevista- y a vivir el cambio no como una tragedia,
sino como algo más natural, inherente al ser humano.
Fútbol y revolución
"La palabra arte es la que mejor le calza al fútbol. Es un juego
que toca puntos fuertes del alma humana: en una cancha hay 22 personas
que necesitan diferenciarse, pero a la vez formar un grupo interdependiente.
A esto se suma la estrategia, que consiste no sólo en hacer un gol
-eso sería muy simple-, sino en bloquear los planes del adversario.
Y siempre a partir de dos alternativas básicas para el jugador que
lleva la pelota y que quiere llegar a la red: o va derecho al arco,
pero corre peligro de que lo detengan, o hace un pase hacia el costado
y así se aleja del objetivo. Riesgo y chance, eso define un buen
partido".
¿Por qué el fútbol suele mostrarse como algo que se usa para tapar
problemas serios y no como una diversión y un aprendizaje en sí
mismo?
"Existe un tradición muy fuerte entre los intelectuales de izquierda,
en especial en América latina, que asimila el fútbol con la alineación.
Como si hubiera sido una práctica ideada para impedir que las masas
hagan la revolución, una especie de arma secreta del capitalismo.
Son tonterías, obviamente no es el fútbol lo que impide concretar
la revolución".
Algo parece claro: Edgar Morin es un apasionado del juego y no duda
en exaltarse cuando sus sentimientos lo impulsan. "Ahora me estoy
preparando para el Mundial -confiesa-. Me gusta porque uno puede
llevarse varias sorpresas y decepciones; algunos partidos que se
esperan muy lindos terminan siendo malos, pero otras veces de descubren
equipos desconocidos -algunos africanos, por ejemplo- que son maravillosos,
que juegan con arte, con mucha alegría. Cada vez que se acerca un
Mundial, trato de liquidar todos los compromisos para quedarme tranquilo
y así -solo o con amigos- empiezo a disfrutar".
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