CANTO DE LA VÍA PÚBLICA
Canto de la Vía Pública

A pie, con el corazón ligero, huello la vía pública;
franco y salubre el mundo se dilata ante mí;
el largo camino de tierra bruma que diviso,
se extienda hasta donde me plazca ir.

En adelante no esperaré más la suerte.
En adelante, no lloriquearé más, no tendré más necesidad de nada.
Estoy harto de dolencias que huelen a cuartos cerrados,
de bibliotecas y de críticas fastidiosas;
alegre y fuerte recorro la vía pública.

La tierra, y basta.
No deseo que las constelaciones estén más próximas.
Sé que están muy bien allá donde están,
sé que ellas bastan a aquellos a quienes pertenecen.

(También por aquí conmigo mi antigua y venturosa carga.
Sí: llevo los hombres y las mujeres, los llevo conmigo
dondequiera que vaya.
Juro que no me es posible abandonarlos.
Estoy lleno de ellos y quiero saturarlos a mi vez).
Tú, vía por la que camino, paseando las miradas a mi alrededor,
no creo que seas lo único que hay por aquí:
creo que aquí existen igualmente muchas cosas invisibles.

He aquí la lección profunda de la aceptación,
sin preferencias ni repulsas,
los negros de cabezas lanudas, los criminales,
los enfermos, los incultos no son rechazados;
la mujer que alumbra, la corrida en busca del médico,
el mendigo que anda, el ebrio que titubea,
el grupo de obreros con sus carcajadas;
el adolescente que escapa, el carruaje del ricacho,
el dandy, la pareja prófuga.
El hombre matinal que anda por los mercados,
el carro fúnebre, la mudanza del que se ausenta para la ciudad,
la partida de la ciudad:
todo eso pasa, y yo también paso indistintamente;
nada puede ser prohibido,
todo es aceptado, todo me es simpático y agradable.

¡Tú, aire que me brindas el aliento para hablar!
¡Vosotros, objetos que pecáis del estado difuso y dais forma
a cuanto quiero decir!
¡Tú, luz que me envuelves a mí y a lo demás,
en tus delicadas ondas iguales para cada cual!
¡Vosotros, senderos trazados por los pasos
en los altibajos irregulares al borde de las rutas!
Creo que estáis penetrados de invisibles existencias.
(¡Me sois tan queridos!)
¡Vosotros, bancos! ¡Vosotras, estacas y maderas de los muelles!
¡Vosotras, urnas guarnecidas de madera
en la que encajan las chatas fluviales!
¡Vosotras, naves, a lo lejos!
¡Vosotras, hileras de casas! ¡Vosotros, techos y enrejados!
¡Vosotras, ventanas cuyos vidrios transparentes
dejarían ver tantas cosas!
¡Vosotras, piedras grises de las calzadas interminables!
¡Vosotras, pisoteadas encrucijadas!
De cuantos os han hollado creo que algo habéis conservado en vosotros,
y ahora queréis comunicármelo en secreto;
con vivos y con muertos habéis poblado vuestra impasible superficie;
los espíritus de unos y de otros
ahora querrían manifestarme su presencia y amistad.
A la derecha y a la izquierda se extiende la tierra.
El cuadro es viviente,
cada una de sus partes se muestra en la más clara luz.
Dócilmente la música suena allí donde se la llama,
y calla donde no;
gozosa es la voz de la ruta común,
fresco y alegre el sentimiento de la ruta.

¡Oh gran ruta que recorro! ¿Eres tú quien me dice: No me abandones?
Dices: No te inquietes.
¡Si me dejas te perderás!
Dices: ¡Ya estoy pronta,
Me siento hollada por todos y nadie me contesta;
¡fíate de mí!

¡Oh vía pública! - te contesto -, no tengo miedo de abandonarte
y sin embargo te amo.
Me manifiestas mejor de lo que yo mismo puedo manifestarme;
serás para mí más que mi poema.

Pienso que todas las acciones heroicas fueron concebidas en pleno aire,
lo propio que todos los libres poemas.
Pienso que yo mismo podría detenerme a realizar milagros.
Pienso que amaré todo lo que encuentre por la ruta,
y que cualesquiera que me mire me amará.
Pienso que cuantos veo deben ser forzosamente felices.

A partir de ahora me liberto de los límites y de las reglas imaginarias.
Iré donde me plazca, seré mi señor total y absoluto.
Escucharé a los otros, examinaré atentamente lo que dicen.
Me detendré, escrutaré, aceptaré, meditaré.
Y suavemente, con una irresistible voluntad,
me sustraeré a los compromisos que quisieran detenerme.

Aspiro grandes bocanadas de espacio,
el Este y el Oeste son míos, el Norte y el Sur son míos.

Soy más grande y mejor de lo que había imaginado,
no sabía que atesorara en mí tantas buenas cosas.

Todo me parece admirable,
puedo repetir sin cesar a los hombres y a las mujeres:
me habéis hecho tanto bien, que querría devolveros otro tanto;
quiero absorber fuerzas nuevas a lo largo de la ruta
para mí y para vosotros,
quiero, a lo largo de mi ruta,
dar lo mejor de mí a las mujeres y a los hombres.

Quiero esparcir entre ellos una nueva felicidad y una rudeza nueva;
si alguien me rechaza, no por ello me turbaré;
quienquiera que me acepte, ese o esa, será bendito y me bendecirá.

Si ahora se presentaran un millar de hombres perfectos,
eso no me sorprendería.
Si ahora se presentaran un millar de mujeres de cuerpo admirable,
eso no me asombraría.
Porque ahora descubro el secreto que preside
la formación de individuos superiores.
Es desarrollarse en pleno aire,
comer y dormir en compañía de la tierra.

Aquí hay sitio para la manifestación de una gran personalidad.
(Semejante destino se apodera del corazón de toda la raza de los hombres.
La fuerza y la voluntad que difunde, sumergen las leyes,
rechazan las autoridades y los argumentos coligados con ella).

Aquí se pone a prueba la sabiduría.
La sabiduría no se pone a prueba en las escuelas.
La sabiduría no puede ser transmitida por el que la posee al que no la posee.
La sabiduría es el resorte del alma,
no es susceptible de prueba, ella misma es su propia prueba.
Se aplica a todos los grados, objetos, cualidades,
y permanece satisfecha.
Es la certidumbre de la realidad y de la inmortalidad de las cosas,
es la excelencia de las cosas;
hay algo en el móvil espectáculo del mundo que la hace emerger del alma.

Ahora analizo las filosofías y las religiones:
pueden parecer muy buenas en las salas de conferencias,
y sin embargo, no significar nada bajo las vastas nubes,
frente al paisaje y a las aguas corrientes.
Aquí es donde nos damos cuenta;
aquí es donde el hombre siente sus concordancias,
comprende lo que sí encierra,
el pasado, el futuro, la majestad, el amor.
Si eso suena a hueco en vosotros,
es porque estáis vacíos de ello.

Lo único que nutre es la simiente oculta en el corazón de cada objeto.
¿Dónde está el que arrancará la suya para vosotros y para mí?
¿Dónde está el que desenvolverá las estratagemas
y deshará las envolturas para vosotros y para mí?

Aquí es donde los afectos se manifiestan;
no son preparados de antemano; sobrevienen de improviso.
¿Sabéis lo que es ser amados, por extranjeros, cuando pasáis?
¿Conocéis la elocuencia de las pupilas que se vuelven para miraros?

Aquí se expande el alma.
La expansión del alma emano de lo interno,
A través de portales enguirnaldados de follajes
provocando incesantes cuestiones.
¿Por qué estos ímpetus?
¿Por qué estos pensamientos en las tinieblas?
¿Por qué existen hombres y mujeres hechos de tal suerte
que cuando se hallan a mi lado
el sol dilata mi sangre?
¿Porqué cuando me abandonan,
mis llamas de alegría declinan blandas y chatas?
¿Por qué hay árboles debajo de los cuales
nunca me paseo sin que amplios y melodiosos pensamientos
desciendan sobre mí?
(Estoy por creer que quedan suspendidos de esos árboles
invierno y verano,
y dejan caer siempre sus frutos cuando yo paso).
¿Qué es, pues, lo que intercambio tan repentinamente con los extranjeros?
Con ese cochero, cuando me siento a su lado en el pescante.
Con ese pescador que arroja su anzuelo o su red en la ribera,
cuando pasando a su lado me detengo a contemplarle.
¿Qué es lo que hace que me sienta libremente abierto
a la simpatía de un hombre o de una mujer?
¿Qué es lo que hace que estén libremente abiertos a mi simpatía?

La expansión del alma es la felicidad; aquí está la felicidad.
Creo que llena el aire que permanece en perpetua espera,
con este momento fluye en nosotros, ya rebosamos de ella.

Aquí se expande el imperio fluido de la simpatía.
El fluido carácter de la simpatía que crea la franqueza y la suavidad
del hombre y de la mujer.

(Las hierbas matinales no germinan más frescas,
ni más suave cada día, desde el fondo de sus raíces,
que la frescura y la suavidad con que ella surge por sí, continuamente).

Presto los fluidos de la simpatía hacen trasudar de amor
a los jóvenes y a los viejos.
Hace filtrar gota a gota ese encanto que se ríe de la belleza y de sus talentos.
Suscita el deseo trémulo y doloroso del contacto.

¡Vamos! Quienquiera que seáis, ¡en marcha conmigo!
Viajando a mi lado encontraréis lo que nunca fatiga.

La tierra jamás fatiga. La tierra es ruda, taciturna,
incomprensible al principio.
La Naturaleza es ruda es incomprensible al principio;
no os descorazonéis; continuad.
Las cosas divinas siempre yacen ocultas.
Yo os juro que las cosas divinas ocultas en su seno,
son más bellas que lo que pueden decirlo las palabras.

¡Vamos! No debemos hacer alto aquí,
por más gratas que sean las reservas aquí acumuladas,
por más deleitosa que sea esta residencia, no podemos quedarnos;
por resguardo que sea este puerto,
por más calmosas que parezcan sus aguas,
no debemos echar el ancla aquí;
por halagüeña que fuere la hospitalidad que nos brinden,
no podemos aceptarla más que de paso.
¡Vamos! Grandes serán las tentaciones,
pero más grandes deberán ser los móviles que nos estimulen.
Navegaremos mares inhollados y salvajes.
Iremos donde soplen los vientos,
donde se estrellen furiosamente las ondas,
y el velero yanqui vuele con todas sus velas desplegadas.

¡Vamos! Con potencia y con libertad,
con la tierra y con los elementos,
con salud, con osadía, con entusiasmo, con orgullo y con curiosidad.
¡Vamos! ¡Saltemos por encima de las fórmulas!
Por encima de vuestras fórmulas,
clérigos materialistas de ojos de murciélagos.
El cadáver putrefacto obstruye el paso;
no esperemos más para sepultarlo.

¡Vamos! ¡Mas oídme antes!
El que viaja conmigo ha menester una sangre óptima,
gallardía y perseverancia.
Nadie ose acompañarme en la prueba si no posee coraje y salud,
no se arriesguen los que han gastado lo mejor de sí;
sólo pueden venir los que poseen un cuerpo puro y resuelto.
Los enfermos, los alcohólicos,
los podridos por el mar venéreo no serán de los nuestros.

¡Yo y mis iguales no convencemos con argumento,
con comparaciones ni con estrofas rimadas!
¡Convencemos con nuestra presencia!

¡Escuchad! Quiero ser sincero con vosotros;
no os ofrezco los fáciles premios del pasado,
os brindo los rudos premios del presente,
los días que viviréis serán así:
no acumularéis lo que se llama riqueza,
dispersaréis con mano pródiga cuanto ganéis con vuestro sudor
o con vuestros méritos,
apenas llegados a la ciudad, a la tierra prometida,
apenas instalados en una y otra a vuestro agrado,
un ímpetu irresistible os esforzará a abandonarlas.
Entonces, y siempre,
oiréis las risas sarcásticas y las burlas de los sedentarios
y de los que queden detrás;
si notáis algunos gestos de cariño,
sólo contestaréis con apasionados besos de adiós.
¡No permitiréis que os retengan aunque os abran y tiendan los brazos con amor!

¡Vamos! ¡Junto con los grandes compañeros, para convertirnos en uno de ellos!
También ellos siguen la ruta,
los hombres, esbeltos y admirables;
las hembras, majestuosas,
que aman los mares tranquilos lo mismo que las olas tempestuosas,
que han navegado sobre tantas naves,
y recorrido tantas leguas de tierra firme,
los viajeros de remotos países, los frecuentadores de lejanísimas moradas,
que confían en los hombres y en las mujeres,
observan las ciudades, y los laboriosos solitarios,
los que se detienen a contemplar las hierbas silvestres,
las flores, y las conchas playeras,
los que bailan en las bodas, abrazan a la desposada,
acarician tiernamente a los niños,
y por momentos hacen de ayos,
los soldados de la rebelión,
los contempladores de las fosas recién abiertas,
los que ayudan a bajar el ataúd;
que viajan durante estaciones y años consecutivos;
estos curiosos amigos, cada uno de los cuales emerge del que le ha precedido,
andando, con los diversos aspectos de ellos mismos,
como con otros tantos compañeros,
andando, desde el fondo de su primera edad latente,
e inconsciente,
andando, con su femineidad, amplia, insuperada, feliz,
andando, con su vejez sublime de hombre o de mujer,
vejez calmosa, dilatada, llena de la augusta majestad de universo.
Vejez que avanza libremente como soliviantada por la deliciosa y próxima libertad de la muerte.

¡Vamos! Hacia lo que no tiene fin,
ni tuvo principio,
a sufrir lo indecible en la laxitud de los días y en el reposo de las noches,
a anegarlo todo en la ruta que engloba los contrastes
y los obstáculos,
en los días y en las noches del viajar,
a resumirlos en cada nueva etapa,
en partidas para más grandes viajes,
a no ver ni saber de cosa alguna que podáis alcanzar y ultrapasar,
a no concebir tiempo,
por lejano que sea,
que no os sea dado vivir y preterizar,
a no alzar ni bajar nuestras miradas sobre ruta alguna
que no se extienda para que no holléis,
que no por larga que sea no se extienda para que la finalicéis,
a no ver la existencia, sea la de Dios o de quienquiera,
que vosotros no podáis realizar,
a no contemplar posesión que no podáis poseer,
a disfrutar de todo sin trabajo ni compra,
gozando de la fiesta sin sustraer un adarme de ella,
a elegir lo mejor de la granja del colono,
de la elegante villa del rico,
de las castas alegrías de los desposados,
de las frutas de los vergeles,
de las flores de los jardines,
a llevar con vosotros las multitudes de las ciudades que atravesaréis.
Los edificios, las calles, los monumentos, las ruinas,
a asir el espíritu de los hombres en el fondo de sus cerebros,
a medida que os crucéis con ellos,
y los cariños en el fondo de su corazón,
a llevaros vuestros amigos a lo largo de la ruta,
a pesar de que aquellos permanezcan estacionarios donde los halléis,
a considerar el universo mismo como una ruta,
una universalidad de rutas,
de rutas para las almas migradoras.

El origen de todo arranca del viaje de las almas:
todas las religiones, todas las cosas sujetas a la pesantez y a la gravitación,
las artes y los gobiernos,
todo lo que fue y es,
en este globo o en cualquier otro globo.
Se oculta en escondrijos y en rincones,
ante la procesión de las almas desfilando por las grandes rutas del universo.

Todos los demás viajes y progresos
no son sino el emblema del viaje de las almas
por las grandes rutas del universo.

¡Siempre vivos! ¡Adelante siempre!
Graves, orgullosos, melancólicos, escarnecidos,
locos, turbulentos, débiles, descontentos,
desesperados, altivos, amorosos, enfermos,
aceptados y rechazados por los hombres,
¡todos van!
¡Van!
¡Yo sé que van; lo que ignoro es dónde van!
¡Sé que van hacia lo mejor!
¡Hacia algo grande!
¡Quienquiera que seáis, salid fuera!
¡Hombre o mujer, avanzad!
No debéis quedaros a dormir o a tontear en casa,
aunque la hayáis construido con vuestras manos,
o la hubieran construido para vos.

¡Salid de los umbrosos retiros!
¡Salid de entre los cortinajes!
Es inútil que protestéis, los sé todo, y os lo manifiesto.
Mirad dentro de vosotros los estragos del reposo:
a través de las risas, de las danzas, de las comidas y de las cenas populares,
debajo de los trajes, de los ornamentos, de las caras lavadas y teñidas.
Mirad, silenciosos, ocultos, el disgusto y la desesperación.
Ni marido, ni mujer, ni amigo, son bastante seguros para escuchar la confesión;
otro yo, un doble de cada cual es el que,
a pasos furtivos,
ocultando y disimulando su ser,
anda amorfo y sin voz por las calles de las ciudades,
cortés y dulzón en los salones,
en los vagones de los ferrocarriles, en los vapores,
en las reuniones públicas,
en las casas de los hombres y de las mujeres,
en la mesa, en el lecho, por todos lados:
se presenta correcto, sonriente, el talle erguido,
con la muerte en el pecho y el infierno debajo del cráneo,
bajo las sábanas finas, y los guantes,
bajo las cintas y las flores artificiales,
respetuoso de las costumbres,
mudo respecto de su persona.
Hablando de todo en sociedad, pero jamás de sí.

¡Vamos! ¡A través de las luchas y de las guerras!
No podemos abandonar la conquista de la meta.

¿Habláis del éxito de las pasadas luchas?
¿Qué es lo que ha tenido éxito? ¿Vosotros? ¿Vuestra nación?
¿La Naturaleza?
Escuchadme bien: la esencia de las cosas y las empresas es tal,
que a pesar de todo éxito recogido,
sea éste cual fuere,
deben surgir otras cosas y otras empresas,
engendradoras de mayores esfuerzos.

Mi vocación es vocación de batalla; mi canto es toque de clarín.
Yo engendro rebelión activa.
El que venga conmigo debe venir bien armado.
¡El que venga conmigo tendrá a menudo por compañeros
el hambre, la pobreza, la enemistad y el abandono!
¡Vamos! ¡La ruta se abre ante nosotros!
Es segura, yo la he recorrido, mis pies la han probado cuidadosamente:
¡que nada os detenga!
¡Queden las cuartillas vírgenes sobre el escritorio,
y el libro sin abrir en su anaquel!
¡Queden las herramientas en el taller! ¡Quede el dinero sin ser ganado!
¡Quede la escuela en su sitio!
¡No hagáis caso de los gritos del maestro!
¡Que el predicador predique en el púlpito!
¡Que el abogado abogue en el tribunal! ¡Que el juez interprete la ley!

¡Camarada! ¡He aquí mi mano!
Te doy mi cariño, más precioso que el oro,
Te doy mi ser por completo, en vez de prédicas o de leyes.
¿Quieres darte a mí?
¿Quieres viajar conmigo?
¡Seguiremos juntos y unidos tanto como duren nuestras vidas!


(Este texto está incluído en el libro Hojas de Hierba)


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