REDACTANDO CUENTOS ESCRIBIMOS NUESTRA VIDA
Por Lic. Flavia Lorena Vecellio Reane
Hoy vamos a realizar una tarea creativa, para seguir conociéndonos mejor, y así acercarnos más a lo que de verdad siempre quisimos ser, a ser más nosotros mismos, o, como diría el Padre Ismael Quiles, S.J., a ser más "sí mismo".
Según el Padre Quiles, todo lo que nosotros elegimos aprender, nos van ayudando a se más nosotros mismos, porque la educación no nos va "cambiando" a lo largo de los años. Muy por el contrario, nos ayuda a ser lo que, en esencia, en potencia, nosotros ya somos.(1)
Tanto la educación sistemática (escuela, colegio, universidad, cursos y seminarios) como la educación asistemática (lo que consumimos a través de los medios de comunicación: programas de radio o TV, películas, canciones; lo que incorporamos desde nuestro círculo primario de pertenencia, la familia, o por medio de nuestros grupos de pares, nuestros amigos), hace que cada día nos acerquemos más a ser lo que en realidad siempre fuimos. La educación, entonces, sistemática o no, nos hará ser "más persona".
Una de las primeras maneras que tenemos los seres humanos de incorporar conocimientos es a través de los cuentos infantiles. Esas historias que nos leían nuestros padres o abuelos han quedado en nuestra memoria, personal y también colectiva. De ese modo, todos sabemos qué le puede pasar a Cenicienta si no se va a tiempo del baile, o a Caperucita por no saber reconocer al Lobo. Sabemos también cómo debe comportarse un buen caballero, por más pirata que sea, si compartimos nuestras horas con el Negro Corsario, y el peligro de no acatar una orden, si al abrir la puerta prohibida nos encontramos con las esposas muertas de Barba Azul.
Seguro, tanto de los cuentos, como de las historietas que nos leyeron y que leímos en nuestra infancia y adolescencia, habrá uno y otra que repetimos hasta el cansancio del mayor que nos lo leía, aunque ya lo supiera de memoria.
Y no es azarosa la elección de ese cuento y de esa historieta. Algo de la personalidad de ese protagonista también nos pertenece. ¿Pero qué? La respuesta a esa pregunta es la primera tarea a realizar ahora. Una vez respondida, seguro que te vas a sorprender con lo que descubrís de vos mismo.
Ya. Ya sabés ahora cuál era tu cuento favorito, o tu personaje de historieta preferido. Y ya reconociste su impronta en tu vida. Tal vez, algo de Batman haya en lo que hacés cada jornada laboral. O, por el contrario, tu trabajo se asemeja mucho a la de algún Dr. Jones, investigando en cosas que te pueden meter en líos. A lo mejor, vos siempre sabés retirarte de la fiesta a tiempo, y todavía esperás al Príncipe Azul (aunque sepas que es altamente probable que él no exista). O quizá, sos una chica de avanzada, y esa secretaria que se esconde tras un par de lentes, esconde a una Chica Bond, o a Anita la Huerfanita. O sos periodista, y resulta que cuando eras chica querías ser Lois Lane, y si sos varón, soñabas con ser Superman. Ustedes sabrán. La cuestión es reconocerse en los cuentos, y reconocer a los cuentos en nuestras vidas.
Una vez cumplida esta primera etapa de nuestro trabajo creativo, pasamos a la segunda, que es leer un cuento, de Gladys Machado, para meternos en un universo diferente, que tal vez no sea el nuestro, el de la literatura. La labor añadida será reflexionar en los indicadores de la niñez que marcan la vocación de una persona.

La Vocación.(2)

Un día los obreros terminaron de colocar la última teja y a la mañana siguiente, le pusieron malvones. Mi hermano dijo que los obreros no habían sido, que seguro vinieron los dueños cuando nadie los veía y los plantaron. Nunca vi a los dueños visitando la obra. Después pasaron dos semanas sin cambios. Yo abría la puerta del balcón como si fuera un libro de cuentos con estampas y allí estaba la casa, suspendida en el tiempo.
Me preocupaban los malvones. No llovía y seguro se estaban secando. Una mañana la encontré con los postigos de las ventanas abiertos y me quedé tres horas -toda ojos- esperando ver a alguien. Después me fui a la escuela y al volver me atrincheré tras las macetas de mi madre con el café con leche y mis libros de cuentos. Mamá se enojó cuando me encontró a la noche tomando frío y -según ella- con obsesiones que no son de niña seria. Fui la última en acostarme y las ventanas seguían abiertas. A la mañana, por supuesto, estaban cerradas y respiré con alivio. Evidentemente allí había un misterio. Mi hermano dijo que sería un obrero y mamá que el viento. Aproveché cuando me mandaron a la panadería para dar la vuelta a la manzana y pasar por el frente. "Proyecto, dirección y construcción, Daniel Vertich, Arquitecto U.B.A. Reg. Mun. Director de Obras 84283".
No había señales de mudanza alguna. En las semanas que siguieron se repitió la historia de las ventanas abiertas y cerradas y los malvones empezaron a crecer con tal vigor que parecían arbustos. Un día sacaron el cartel y me convencí de que habían sido detalles finales de la obra constructora. Justo esa noche vi un resplandor pero al otro día comprobé, una vez más, que estaba vacía. El juego ahora era de luces y no de persianas. Se encendían y apagaban pero nunca vi a nadie. Ni siquiera la vez que corrí escaleras abajo y luego las dos cuadras hasta detenerme en el frente, porque había observado el momento justo en que la luz se apagaba.
Cuando llegaron las vacaciones de verano, tomé la costumbre de jugar con mis amigas en la vereda de la casa. Y así, entre corridas y escondidas, me fui familiarizando ella. O sea, hasta la cochera a la que accedíamos descolocando un barrote de la reja que estaba desnivelado.
En la noche de Navidad vi la sombra por primera vez, se paseaba entre los malvones achicándose por momentos junto a ellos.
Por supuesto -como suele suceder en estos casos- mi familia se preocupaba con mis visiones y tuve que dejar de compartirlas. Decisión que no evitó sin embargo, las miradas suspicaces y los cuidados especiales.
Empezaron nuevamente las clases. Yo hacía la tarea en el balcón y la visión de la casa se me filtraba a través del libro de lectura.
Por fin un domingo sucedió. Me desperté y aburrida miré el día nublado que me esperaba. Entonces vi el humo en la chimenea de la casa. Di un respingo y salí al balcón. Sí, había vida. Bajé las escaleras de dos en dos y salí a la calle sin avisar a nadie y sin saber siquiera lo que hacía. Después de quitar el barrote del garage, entré. La puerta que comunicaba con las otras dependencias estaba cerrada como siempre y me encontré, de pronto, sóla y con frío, en ese rectángulo abandonado. Empezó a caer garúa y un viento con remolinos se encaprichó a mi lado. Espantada vi que sólo llevaba puesto el pijama. ¡Qué atolondrada! Indefensa entre la lluvia y el frío, en ese refugio sospechoso... Si al menos fuera un sueño. Bien podría serlo. Quién no se ha visto alguna vez en la calle en ropa interior. Creo que hasta me dormí un tiempo sobre las baldosas ásperas con restos de cemento y arenilla. Cuando la puerta se abrió vi con naturalidad que daba a la cocina. Entré despacio y recorrí con mis dedos la mesada de mármol, abrí las puertas de la alacena y bajé la palanca del calefón. Una cocina sin uso, lista para habitar. Pasé a la sala donde los leños crepitaban desde el hogar. Recorrí las piezas, cuatro ambientes en total y dos baños. Mis pasos me llevaron al balcón que tantas veces había visto desde el mío. Me agaché sobre los malvones y con ternura los acaricié. Fue entonces, en el momento de levantar la mirada, que vi, cincuenta metros más allá, cruzando el pulmón de aire de la manzana, a la niña mirándome con un cuaderno en las manos.

Volví a mi casa midiendo los pasos. Mis cabellos y el pijama chorreaban agua. Mis padres me secaron con toallas y mi hermano meneaba la cabeza. Había tristeza en sus ojos y por teléfono pedían turno al médico. Era inútil decirles que me encontraba bien, que no era necesario. Era inútil explicarles que esas fantasías eran parte de mi realidad y que en el futuro yo sería escritora. Era inútil, pobres padres, porque en sus ojos, yo veía el miedo a lo desconocido.

¿Te gustó? Eso, tal vez, sea lo de menos. Lo importante es notar como la autora nos relata una experiencia. Desde niña inventaba historias, y ella sabía que esa sería su profesión. Ella siempre, siempre, fue escritora, incluso cuando aún estaba aprendiendo a leer.
La tarea, ahora, es que escribas tus cuentos. Tres. De no más de 50 líneas cada uno, en el que narres...

a) Una situación que recuerdes de tu infancia en la que descubras, con tu mirada actual, que había ya indicadores de lo que serías en tu vida laboral.
b) Una escena o situación de hoy, en la que quede claramente expresada tu motivación profesional.
c) Un cuento en el que relates un futuro deseado, referente a tu ejercicio profesional o laboral.

Y una vez escrito... ¡a hacerlo realidad!




1 Para ampliar el concepto, recomendamos leer el texto Filosofía de la Educación Personalista, del. R.P. Ismael Quiles, S. J.. Ediciones Depalma. Buenos Aires, 1982.



2 Cuento de Gladys Machado.



Prof. Lic. Flavia Vecellio Reane.
Analista en Medios de Comunicación.
Consultora. Periodista.



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Resolución recomendada 800 x 600 pixeles
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