LOS
SIETE SABERES NECESARIOS PARA LA EDUCACION DEL FUTURO
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Por
Edgar Morin |
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Traducción de Mercedes Vallejo-Gómez, Profesora
de la Universidad Pontificia Bolivariana de Medellín-Colombia. Con
la contribución de Nelson Vallejo-Gómez y Françoise Girard.
Las ideas y opiniones expresadas en esta obra son las del autor
y no reflejan necesariamente los puntos de vista de la UNESCO.
Este texto ha sido puesto a consideración de personalidades universitarias
y de funcionarios internacionales del Este y del Oeste, del Norte
y del Sur. Entre los cuales están: Andras Biro (Hungría, experto
en desarrollo en la ONU), Mauro Ceruti (Italia, Universidad de Milán),
Emilio Roger Ciurana (España, Universidad de Valladolid), Eduardo
Domínguez Gómez (Colombia, Universidad Pontificia Bolivariana),
María de C. de Almeida (Brasil, Universidad Federal del Río Grande
del Norte), Nadir Aziza (Marruecos, Cátedra de estudios euro-mediterráneos),
Edgar de A. Carvalho (Brasil, Universidad Católica de Sao Paulo),
Carlos Garza Falla (México, UNAM), Rigoberto Lanz (Venezuela, Universidad
Central), Carlos Mato Fernández (Uruguay, Universidad de la República),
Raúl D. Motta (Argentina, Instituto Internacional para el Pensamiento
Complejo, Universidad del Salvador), Darío Múnera Vélez (Colombia,
ex-Rector Universidad Pontificia Bolivariana), Sean M. Keliy (Canadá,
Universidad de Ottawa), Alfonso Montuori (USA, Instituto Californiano
de Estudios Integrales), Helena Knyazeva (Rusia, Instituto de Filosofía,
Academia de Ciencias), Chobei Nemoto (Japón, Fundación para el apoyo
de las artes), lonna Kuçuradi (Turquía, Universidad Beytepe, Ankara),
Shengli Ma (China, Instituto de Estudios de Europa del Oeste, Academia
China de Ciencias Sociales), Marius Mukungu-Kakangu (Zaire, Universidad
de Kinshasa), Peter Westbroek (Holanda, Universidad de Leiden).
Nelson Vallejo-Gómez fue el encargado por la UNESCO de retomar e
integrar las propuestas y de formular sus propios aportes. El texto
resultante contó con mi aprobación.
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Capítulo IV: Enseñar
la identidad terrenal
"Sólo; el sabio mantiene el todo en la mente, jamás olvida el mundo,
piensa y actúa con relación al cosmos"
Groethuysen.
"Por primera vez, el hombre ha comprendido realmente que es un habitante
del planeta, y tal vez piensa y actúa de una nueva manera, no sólo
como individuoa, familia o género, estado o grupo de Estados, sino
también como planetario"
Vemadski.
¿Cómo podrían los ciudadanos del nuevo milenio pensar sus problemas
y los problemas de su tiempo?
Les hace falta comprender tanto la condición humana en el mundo, como
la condición del mundo humano que a través de la historia moderna
se ha vuelto la de la era planetaria.
Hemos entrado en la era planetaria desde el siglo XVI y estamos, desde
finales del siglo XX en la fase de la mundialización.
La mundialización, como fase actual de la era planetaria, significa
primero, como lo dijo el geógrafo Jacques Lévy: "El surgimiento de
un objeto nuevo: el mundo como tal". Pero entre más atrapados estamos
por el mundo, más difícil nos es atraparlo. En la época de las telecomunicaciones,
de la información, de la Internet, estamos sumergidos por la complejidad
del mundo, y las innumerables informaciones sobre el mundo ahogan
nuestras posibilidades de inteligibilidad.
De allí, la esperanza de despejar un problema vital por excelencia
que subordinaría todos los demás problemas vitales. Pero este problema
vital está constituido por el conjunto de los problemas vitales, es
decir la intersolidaridad compleja de problemas, antagonismos, crisis,
procesos incontrolados. El problema planetario es un todo que se alimenta
de ingredientes múltiples, conflictivos, de crisis; los engloba, los
aventaja y de regreso los alimenta.
Lo que agrava la dificultad de conocer nuestro Mundo, es el modo de
pensamiento, que ha atrofiado en nosotros, en vez de desarrollarla,
la aptitud de contextualizar y globalizar, mientras que la exigencia
de la era planetaria es pensar la globalidad, la relación todo-partes,
su multidimensionalidad, su complejidad. Es lo que nos lleva a la
reforma de pensamiento, requerida en el capítulo II, necesaria para
concebir el contexto, lo global, lo multidimensional, lo complejo.
Es la complejidad (el bucle productivo/destructivo de las acciones
mutuas de las partes en el todo y del todo en las partes) la que presenta
problema. Necesitamos, desde ahora, concebir la insostenible complejidad
del mundo en el sentido en que hay que considerar tanto la unidad
como la diversidad del proceso planetario, sus complementariedades
y también sus antagonismos. El planeta no es un sistema global sino
un torbellino en movimiento, desprovisto de centro organizador.
Este planeta necesita un pensamiento policéntrico capaz de apuntar
a un universalismo no abstracto sino consciente de la unidad/diversidad
de la humana condición; un pensamiento policéntrico alimentado de
las culturas del mundo. Educar para este pensamiento es la finalidad
de la educación del futuro que debe trabajar en la era planetaria
para la identidad y la conciencia terrenal.
1. La era planetaria
Las ciencias contemporáneas nos enseñan que estaríamos a unos quince
mil millones de años después de una catástrofe inefable a partir de
la cual se creó el cosmos, tal vez a unos cinco millones de años después
de que hubiera comenzado la aventura de la hominización, la cual nos
habría diferenciado de los otros antropoides, cien mil años desde
el surgimiento del homo sapiens, diez mil años desde el nacimiento
de las civilizaciones históricas y entramos a los inicios del tercer
milenio de la era llamada cristiana.
La historia humana comenzó con una diáspora planetaria sobre todos
los continentes; luego entró, a partir de los tiempos modernos, en
la era planetaria de la comunicación entre los fragmentos de la diáspora
humana.
La diáspora de la humanidad no ha producido escisión genética: pigmeos,
negros, amarillos, indios, blancos, vienen de la misma especie, disponen
de los mismos caracteres fundamentales de la humanidad. Pero ha producido
una extraordinaria diversidad de lenguas, de culturas, de destinos,
fuente de innovaciones y de creaciones en todos los campos. El tesoro
de la humanidad está en su diversidad creadora, pero la fuente de
su creatividad está en su unidad generadora.
A finales del siglo XV europeo, la China de los Ming y la India Mogola
son las civilizaciones más importantes del Globo. El Islam, en Asia
y en Africa, es la religión más extendida de la Tierra. El Imperio
Otomano, que desde Asia se desplegó por la Europa Oriental, aniquiló
a Bizancio y amenazó a Viena, se vuelve una gran potencia de Europa.
El Imperio de los Incas y el Imperio Azteca reinan en las Américas,
Cuzco y Tenochtitlán, exceden en población a las monumentales y esplendorosas
Madrid, Lisboa, París, Londres, capitales de jóvenes y pequeñas naciones
del Oeste europeo.
Sin embargo, a partir de 1492, son estas jóvenes y pequeñas naciones
las que se lanzan a la conquista del Globo y a través de la aventura,
la guerra, la muerte suscitan la era planetaria que desde entonces
comunica los cinco continentes para lo mejor y para lo peor. La dominación
del Occidente Europeo sobre el resto del mundo provoca catástrofes
de civilización, en las Américas especialmente, destrucciones culturales
irremediables, esclavitudes terribles. Por esta razón, la era planetaria
se abre y se desarrolla en y por la violencia, la destrucción, la
esclavitud, la explotación feroz de las Américas y del Africa. Los
bacilos y los virus de Eurasia rodaron por las Américas, creando hecatombes,
sembrando sarampión, herpes, gripe, tuberculosis, mientras que de
América el treponema de la sífilis rondaba de sexo en sexo hasta Shangai.
Los Europeos implantan en sus tierras el maíz, la papa, el fríjol,
el tomate, la yuca, la patata dulce, el cacao, el tabaco traídos de
América. Ellos llevan a América los corderos, bovinos, caballos, cereales,
viñedos, olivos y las plantas tropicales de arroz, ñame, café y caña
de azúcar.
La planetarización se desarrolla por el aporte de la civilización
europea a los continentes, sus armas, sus técnicas, sus concepciones
en todas sus factorías, sus peajes y zonas de penetración. La industria
y la técnica toman un vuelo que ninguna civilización había conocido
antes. El progreso económico, el desarrollo de las comunicaciones,
la inclusión de los continentes subyugados en el mercado mundial determinan
formidables movimientos de población que van a ampliar el crecimiento
demográfico [1] generalizado.
En la segunda mitad del siglo XIX, 21 millones de Europeos atravesaron
el Atlántico hacia las dos Américas. También se produjeron flujos
migratorios en Asia, donde los Chinos se instalan como comerciantes
en Siam, en Java y en la Península Malasia, se embarcan para California,
Colombia-Británica, Nueva Gales del Sur, Polinesia, mientras que los
Hindúes se asientan en Natal y en Africa Oriental.
La planetarización engendra en el siglo XX dos guerras mundiales,
dos crisis económicas mundiales y, luego en 1989, la generalización
de la economía liberal llamada mundialización. La economía mundial
es cada vez más un todo interdependiente: cada una de sus partes se
ha vuelto dependiente del todo y recíprocamente el todo sufre perturbaciones
y riesgos que afectan las partes. El planeta se ha encogido. Fueron
necesarios tres años a Magallanes para dar la vuelta al mundo por
mar (1519-1522). Se necesitaron sólo 80 días para que un intrépido
viajero del siglo XIX, utilizando carreteras, ferrocarril y navegación
a vapor diera la vuelta a la tierra. A finales del siglo XX, el jet
logra el bucle en 24 horas. Y más aún, todo se presenta de manera
instantánea de un punto a otro del planeta por televisión, teléfono,
fax, Internet...
El mundo se vuelve cada vez más un todo. Cada parte del mundo hace
cada vez más partes del mundo, y el mundo como un todo está cada vez
más presente en cada una de sus partes. Esto se constata no solamente
con las naciones y los pueblos sino con los individuos. Así como cada
punto de un holograma contiene la información del todo del cual forma
parte, también ahora, cada individuo recibe o consume las informaciones
y las substancias provenientes de todo el universo.
El Europeo, por ejemplo, se levanta cada mañana poniendo una emisora
japonesa y recibe los acontecimientos del mundo: erupciones volcánicas,
temblores de tierra, golpes de Estado, conferencias internacionales
le llegan mientras toma su té de Ceilán, India o China, a no ser que
sea un moka de Etiopía o una arábica de América Latina; se pone su
pantalón y camisa hechos en algodón de Egipto o de la India; viste
chaqueta y pantalón en lana de Australia, fabricada en Manchester
y luego en Roubaix-Tourcoing, o se pone una chaqueta de cuero traída
de China con unos jeans estilo USA. Su reloj es suizo o japonés. Sus
gafas son de carey de tortuga ecuatorial. Puede encontrar en su comida
de invierno las fresas y cerezas de Argentina o Chile, las habichuelas
frescas de Senegal, los aguacates o piñas de Africa, los melones de
Guadalupe. Tiene botellas de ron de Martinica, de vodka rusa, tequila
mejicana, whisky americano. Puede escuchar en su casa una sinfonía
alemana dirigida por un director coreano, a no ser que asista ante
su pantalla de video a la Bohème con la Negra Bárbara Hendricks en
el papel de Mimi y el Español Plácido Domingo en el de Rodolfo.
Mientras que el Europeo se encuentra en este circuito planetario de
confort, un gran número de Africanos, Asiáticos y Suramericanos se
encuentran en un circuito planetario de miseria. Sufren en su vida
cotidiana las consecuencias del mercado mundial que afecta las cotizaciones
del cacao, el café, el azúcar, las materias primas, que produce su
país. Han sido sacados de sus pueblos por procesos mundializados venidos
de Occidente, especialmente el progreso del monocultivo industrial;
campesinos autosuficientes se convirtieron en sub-urbanos que buscan
empleo; sus necesidades ahora se traducen en términos monetarios.
Aspiran a la vida del bienestar en el que los hacen soñar la publicidad
y las películas de Occidente. Utilizan la vajilla de aluminio o de
plástico, beben cerveza o coca-cola. Se acuestan en los restos de
láminas de espuma de poliestireno y llevan puestas camisetas impresas
a la americana. Bailan músicas sincréticas donde sus ritmos tradicionales
entran en una orquestación procedente de Norteamérica. De esta manera,
para lo mejor y para lo peor, cada humano rico o pobre, del Sur o
del Norte, del Este o del Oeste lleva en sí, sin saberlo, el planeta
entero. La mundialización es a la vez evidente, subconsciente, omnipresente.
La mundialización es realidad unificadora, pero hay que agregar inmediatamente
que también es conflictiva en su esencia. La unificación mundializante
está cada vez más acompañada por su propio negativo, suscitado por
su contra efecto: la balcanización. El mundo cada vez más se vuelve
uno pero al mismo tiempo se divide. Paradójicamente es la misma era
planetaria la que ha permitido y favorecido la parcelación generalizada
en Estados-nación; en realidad, la demanda emancipadora de nación
está estimulada por un movimiento que recurre a la identidad ancestral
y se efectúa como reacción al curso planetario de homogeneización
civilizacional. Esta demanda se intensifica con la crisis generalizada
del futuro.
Los antagonismos entre naciones, entre religiones, entre laicismo
y religión, entre modernidad y tradición, entre democracia y dictadura,
entre ricos y pobres, entre Oriente y Occidente, entre Norte y Sur
se alimentan entre sí; es allí donde se mezclan los intereses estratégicos
y económicos antagónicos de las grandes potencias y de las multinacionales
dedicadas a la obtención de beneficios. Son todos estos antagonismos
los que se encuentran en zonas de interferencias y de fractura, como
la gran zona sísmica del Globo que parte de Armenia/Azerbadjian, atraviesa
el Medio Oriente y llega hasta Sudan. Estas se exasperan allí donde
hay religiones y etnias mezcladas, fronteras arbitrarias entre Estados,
exasperaciones por rivalidades y negaciones de toda clase, como en
el Medio-Oriente.
De esta misma manera, el siglo XX ha creado y a la vez parcelado un
tejido planetario único; sus fragmentos se han aislado, erizado y
combatido entre sí. Los Estados dominan la escena mundial como titanes
brutales y ebrios, poderosos e impotentes. Al mismo tiempo, el despliegue
técnico industrial sobre el Globo tiende a suprimir las diversidades
humanas, étnicas y culturales. El desarrollo mismo ha creado más problemas
de los que ha resuelto y ha conducido a la crisis profunda de civilización
que afecta las sociedades prósperas de Occidente.
Concebido únicamente de manera técnico-económica, el desarrollo está
en un punto insostenible incluyendo el desarrollo sostenible. Es necesaria
una noción más rica y compleja del desarrollo, que sea no sólo material
sino también intelectual, afectiva, moral...
El siglo XX no ha dejado la edad de hierro planetaria, se ha hundido
en ella.
2. El legado del siglo XX
El siglo XX fue el de la alianza de dos barbaries: la primera viene
desde el fondo de la noche de los tiempos y trae consigo guerra, masacre,
deportación, fanatismo. La segunda, helada, anónima, viene del interior
de una racionalización que no conoce más que el cálculo e ignora a
los individuos, sus cuerpos, sus sentimientos, sus almas y multiplica
las potencias de muerte y de esclavización técnico-industriales.
Para atravesar esta era bárbara primero hay que reconocer su herencia.
Esta herencia es doble, al mismo tiempo herencia de muerte y de nacimiento.
- La herencia de muerte
El siglo XX pareció dar razón a la fórmula atroz según la cual la
evolución humana es un crecimiento del poder de la muerte.
La muerte introducida en el siglo XX no es solamente la de las decenas
de millones de muertos de las dos guerras mundiales y de los campos
de concentración nazi y soviética, también es la de las dos nuevas
potencias de muerte.
- Las armas nucleares
La primera es la posibilidad de la muerte global de toda la humanidad
a causa del arma nuclear. Esta amenaza aún no se ha disipado con el
inicio del tercer milenio; al contrario, se incrementa con la diseminación
y la miniaturización de la bomba. La potencialidad de auto-aniquilamiento
acompaña en lo sucesivo el camino de la humanidad.
- Los nuevos peligros
La segunda es la posibilidad de la muerte ecológica. Desde los años
70, hemos descubierto que los desechos, emanaciones, exhalaciones
de nuestro desarrollo técnico-industrial-urbano degradan nuestra biosfera,
y amenazan con envenenar irremediablemente el medio viviente del cual
hacemos parte: la dominación desenfrenada de la naturaleza por la
técnica conduce la humanidad al suicidio.
Por otra parte, fuerzas mortales que creíamos en vía de extinción
se han rebelado: el virus del SIDA nos ha invadido, es el primer virus
desconocido que surge, mientras que las bacterias que creíamos haber
eliminado vuelven con nuevas resistencias a los antibióticos. Así
pues, la muerte se introduce de nuevo con virulencia en nuestros cuerpos
los cuales creíamos haber esterilizado.
Al fin la muerte ha ganado terreno al interior de nuestras almas.
Los poderes de auto-destrucción, latentes en cada uno de nosotros,
se han activado, particularmente con la ayuda de drogas severas como
la heroína, ahí donde se multiplican y crecen las soledades y las
angustias.
La amenaza planea sobre nosotros con el arma termonuclear, nos envuelve
con la degradación de la biosfera, se potencializa en cada uno de
nuestros abrazos; se esconde en nuestras almas con el llamado mortífero
a las drogas.
- Muerte de la modernidad
Nuestra civilización, nacida en Occidente, soltando sus amarras con
el pasado, creía dirigirse hacia un futuro de progreso infinito que
estaba movido por los progresos conjuntos de la ciencia, la razón,
la historia, la economía, la democracia. Ya hemos aprendido con Hiroshima
que la ciencia es ambivalente; hemos visto a la razón retroceder y
al delirio estalinista tomar la máscara de la razón histórica; hemos
visto que no había leyes en la Historia que guiaran irresistiblemente
hacia un porvenir radiante; hemos visto que el triunfo de la democracia
definitivamente no estaba asegurado en ninguna parte; hemos visto
que el desarrollo industrial podía causar estragos culturales y poluciones
mortíferas; hemos visto que la civilización del bienestar podía producir
al mismo tiempo malestar. Si la modernidad se define como fe incondicional
en el progreso, en la técnica, en la ciencia, en el desarrollo económico,
entonces esta modernidad está muerta.
- La esperanza
Si es cierto que el género humano, cuya dialógica cerebro <-> mente
no es cerrada, posee los recursos inagotados para crear, entonces
podemos avizorar para el tercer milenio la posibilidad de una nueva
creación: la de una ciudadanía terrestre, para la cual el siglo XX
ha aportado los gérmenes y embriones. Y la educación, que es a la
vez transmisión de lo viejo y apertura de la mente para acoger lo
nuevo, está en el corazón de esta nueva misión.
- El aporte de las contracorrientes
El siglo XX ha dejado como herencia en el ocaso, contracorrientes
regeneradoras. A menudo, en la historia, corrientes dominantes han
suscitado contracorrientes que pueden desarrollarse y cambiar el curso
de los acontecimientos. Debemos anotar:
. La contracorriente ecológica que con el crecimiento de las degradaciones
y el surgimiento de catástrofes técnicas/industriales no puede más
que aumentar.
· La contracorriente cualitativa que en reacción a la invasión de
lo cuantitativo y a la uniformación generalizada se apega a la calidad
en todos los campos, empezando por la calidad de la vida.
. La contracorriente de resistencia a la vida prosaica puramente utilitaria
que se manifiesta con la búsqueda de una vida poética dedicada al
amor, a la admiración, la pasión, el festejo.
· La contracorriente de resistencia a la primacía del consumo estandarizado
que se manifiesta de dos maneras opuestas: la una por la búsqueda
de una intensidad vivida ("consumación"), la otra por la búsqueda
de una frugalidad y una templanza.
· La contracorriente, aún tímida, de emancipación con respecto de
la tiranía omnipresente del dinero que se pretende contrarrestar con
las relaciones humanas solidarias, haciendo retroceder el reino del
beneficio.
· La contracorriente, también tímida, que como reacción al desencadenamiento
de la violencia, alimenta éticas de pacificación de las almas y de
las mentes.
Se puede pensar igualmente que todas las aspiraciones que han alimentado
las grandes esperanzas revolucionarias del siglo XX, pero que han
sido engañadas, podrían renacer bajo la forma de una nueva búsqueda
de solidaridad y responsabilidad.
Se podría esperar también que la necesidad de volver a las raíces,
incitada hoy en día por los fragmentos dispersos de la humanidad y
provocada por la voluntad de asumir las identidades étnicas o nacionales,
se pudiera profundizar y ampliar, sin negar dicho regreso a las raíces
en el seno de la identidad humana del ciudadano de la Tierra-Patria.
Se podría esperar una política al servicio del ser humano inseparable
de una política de civilización que abriría la vía para civilizar
la tierra como casa y jardín de la humanidad.
Todas estas corrientes prometen intensificarse y ampliarse durante
el siglo XXI y constituir múltiples principios de transformación;
pero la verdadera transformación sólo podría llevarse a cabo con una
transformación entre sí, operando entonces una transformación global
que retroactuaría sobre las transformaciones de cada uno.
- En el juego contradictorio de las posibilidades
Una de las condiciones fundamentales para una evolución positiva sería
que las fuerzas emancipadoras inherentes a la ciencia y a la técnica
pudieran superar las fuerzas de muerte y esclavitud. Los desarrollos
de la tecno-ciencia son ambivalentes: han religado la Tierra, permiten
a todos los puntos del Globo estar en comunicación inmediata, proporcionan
los medios para alimentar todo el planeta y asegurar a todos sus habitantes
un mínimo de bienestar, pero en cambio han creado las peores condiciones
de muerte y de destrucción. Los humanos esclavizan a las máquinas
que esclavizan la energía, pero al mismo tiempo son esclavizados por
ellas. La saga de ciencia-ficción de Hyperion de Dan Simmons, supone
que en un milenio en el futuro las inteligencias artificiales (I.A.)
tendrán domesticados a los humanos sin que estos sean conscientes,
preparando su eliminación. La novela describe peripecias sorprendentes
al cabo de las cuales un híbrido de humano y de I.A. portador del
alma del poeta Keats, anuncia una nueva sabiduría. Este es el problema
crucial que se plantea desde el siglo XX: ¿Estaremos sometidos a la
tecnósfera o sabremos vivir en simbiosis con ella?
Las posibilidades que ofrece el desarrollo de las biotecnologías son
prodigiosas tanto para lo mejor como para lo peor. La genética y la
manipulación molecular del cerebro humano van a permitir normalizaciones
y estandarizaciones nunca antes logradas por los adoctrinamientos
y las propagandas sobre la especia humana; y van a permitir la eliminación
de taras deformadoras, una medicina predictiva y el control por la
mente de su propio cerebro.
La importancia y la aceleración actual de las transformaciones parecen
presagiar una mutación mucho más considerable que la que hizo pasar
al neolítico pequeñas sociedades arcaicas de cazadores y recolectores
sin Estado, sin agricultura ni ciudad, a las sociedades históricas
que desde hace ocho milenios están desplegadas por el planeta.
También podemos contar con las inacabables fuentes del amor humano.
Cierto es que el siglo XX ha sufrido horriblemente carencias de amor,
indiferencias, durezas y crueldades. Pero también ha producido excesos
de amor consagrado a los mitos engañosos, a las ilusiones, a las falsas
divinidades, o petrificado en pequeños fetichismos como la colección
de estampillas.
De igual manera, podemos confiar en las posibilidades cerebrales del
ser humano que están aún inexploradas en gran parte; la mente humana
podría desarrollar aptitudes aún desconocidas en la inteligencia,
la comprensión, la creatividad. Como las posibilidades sociales están
relacionadas con las posibilidades cerebrales, nadie puede asegurar
que nuestras sociedades hayan agotado sus posibilidades de mejoramiento
y de transformación, y que hayamos llegado al fin de la Historia.
Podemos confiar en el progreso de las relaciones entre humanos, individuos,
grupos, etnias y naciones.
La posibilidad antropológica, sociológica, cultural y mental de progreso,
restaura el principio de esperanza pero sin certeza "científica" ni
promesa "histórica". Es una posibilidad incierta que depende mucho
de la toma de conciencia, las voluntades, el ánimo, la suerte... Por
esto, las tomas de conciencia se han vuelto urgentes y primordiales.
Lo que conlleva el peor peligro conlleva también las mejores esperanzas
(en la misma mente humana) y por esta razón el problema de la reforma
del pensamiento se ha vuelto vital.
3. La identidad y la conciencia terrenal
La unión planetaria es la exigencia racional mínima de un mundo limitado
e interdependiente. Tal unión necesita de una conciencia y de un sentido
de pertenencia mutuo que nos ligue a nuestra Tierra considerada como
primera y última Patria.
Si la noción de patria comprende una idea común, una relación de afiliación
afectiva a una substancia tanto maternal como paternal (inclusive
en el término femenino-masculino de patria), en fin, una comunidad
de destino, entonces se puede avanzar en la noción Tierra-Patria.
Como se ha indicado en el capítulo III, todos tenemos una identidad
genética, cerebral y afectiva común a través de nuestras diversidades
individuales, culturales y sociales. Somos producto del desarrollo
de la vida donde la Tierra ha sido matricial y putativa. Finalmente,
todos los humanos, desde el siglo XX, viven los mismos problemas fundamentales
de vida y muerte y están unidos en la misma comunidad de destino planetario.
Por esto, es necesario aprender a "estar-ahí" en el Planeta. Aprender
a estar-ahí quiere decir: aprender a vivir, a compartir, a comunicarse,
a comulgar; es aquello que sólo aprendemos en y por las culturas singulares.
Nos hace falta ahora aprender a ser, vivir, compartir, comulgar también
como humanos del Planeta Tierra. No solamente ser de una cultura sino
también ser habitantes de la Tierra. Debemos dedicarnos no sólo a
dominar sino a acondicionar, mejorar, comprender. Debemos inscribir
en nosotros:
. La conciencia antropológica que reconoce nuestra unidad en nuestra
diversidad.
· La conciencia ecológica, es decir la conciencia de habitar con todos
los seres mortales una misma esfera viviente (biosfera); reconocer
nuestro lazo consustancial con la biosfera nos conduce a abandonar
el sueño prometeico del dominio del universo para alimentar la aspiración
a la convivencia sobre la Tierra.
· La conciencia cívica terrenal de la responsabilidad y de la solidaridad
para los hijos de la Tierra.
· La conciencia espiritual de la humana condición, que viene del ejercicio
complejo del pensamiento y que nos permite a la vez criticarnos mutuamente,
auto-criticarnos y comprendemos entre sí.
Es necesario enseñar ya no a oponer el universo a las partes sino
a ligar de manera concéntrica nuestras patrias familiares, regionales,
nacionales y a integrarlas en el universo concreto de la patria terrenal.
Ya no es necesario seguir oponiendo un futuro radiante a un pasado
de esclavitudes y supersticiones. Todas las culturas tienen sus virtudes,
sus experiencias, sus sabidurías al mismo tiempo que sus carencias
y sus ignorancias. Es en este reencuentro con el pasado que un grupo
humano encuentra la energía para enfrentar su presente y preparar
su futuro. La búsqueda de un mejor avenir debe ser complementaria
y no antagonista con los reencuentros en el pasado. Todo ser humano,
toda colectividad debe dirigir su vida en una circulación interminable
entre su pasado donde encuentra su identidad apegándose a sus ascendentes
y su presente donde afirma sus necesidades y un futuro hacia donde
proyecta sus aspiraciones y sus esfuerzos.
En este sentido, los Estados pueden jugar un papel decisivo con la
condición de aceptar, en su propio beneficio, el abandono de su soberanía
absoluta sobre todos los grandes problemas de interés común, sobre
todo los problemas de vida o de muerte que sobrepasan su competencia
aislada. De todas maneras, la era de fecundidad de los Estados-nación
dotados de un poder absoluto está revaluada, lo que significa que
es necesario, no desintegrarlos, sino respetarlos integrándolos en
conjuntos y haciéndoles respetar el conjunto del cual hacen parte.
El mundo confederado debe ser policéntrico y acéntrico, no sólo en
el ámbito político sino también cultural. El Occidente que se provincializa
siente en sí la necesidad de Oriente, mientras que el Oriente tiende
a permanecer él mismo occidentalizándose. El Norte ha desarrollado
el cálculo y la técnica pero ha perdido calidad de vida, mientras
que el Sur, técnicamente atrasado, cultiva aún las calidades de la
vida. En adelante, una dialógica debe complementar Oriente y Occidente,
Norte y Sur.
La religazón debe sustituir la disyunción y llamar a la "simbiosofía",
la sabiduría de vivir unidos.
La unidad, el mestizaje y la diversidad deben desarrollarse en contra
de la homogeneización y el hermetismo. El mestizaje no es solamente
una creación de nuevas diversidades a partir del encuentro; en el
proceso planetario éste se vuelve producto y productor de religazón
y de unidad. Introduce la complejidad en el corazón de la identidad
mestiza (cultural o racial). En realidad, cada uno puede y debe, en
la era planetaria, cultivar su poli-identidad permitiendo la integración
de la identidad familiar, de la identidad regional, de la identidad
étnica, de la identidad nacional, religiosa o filosófica, de la identidad
continental y de la identidad terrenal. El mestizo puede encontrar
en las raíces de su poli-identidad una bipolaridad familiar, una bipolaridad
étnica, nacional e incluso continental que le permite constituir en
sí una identidad compleja plenamente humana.
El doble imperativo antropológico se impone: salvar la unidad humana
y salvar la diversidad humana. Desarrollar nuestras identidades concéntricas
y plurales: la de nuestra etnia, la de nuestra patria, la de nuestra
comunidad de civilización, en fin, la de ciudadanos terrestres.
Estamos comprometidos con la humanidad planetaria y en la obra esencial
de la vida que consiste en resistir a la muerte. Civilizar y Solidarizar
la Tierra; transformar la especie humana en verdadera humanidad se
vuelve el objetivo fundamental y global de toda educación, aspirando
no sólo al progreso sino a la supervivencia de la humanidad, la conciencia
de nuestra humanidad en esta era planetaria nos debería conducir a
una solidaridad y a una conmiseración recíproca del uno para el otro,
de todos para todos. La educación del futuro deberá aprender una ética
de la comprensión planetaria[2].
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